Thursday, July 28, 2011

Leonel: la realidad y el discurso...



ANDRÉS L. MATEO

Escritor


Siempre que escucho un discurso de Leonel Fernández suelo plantearme el mismo dilema: ¿Quién habita ese país que él describe? ¿Cómo es posible que el gobernante de todos los dominicanos hable como si no ocupáramos el mismo espacio geográfico, como si la realidad se pudiera esfumar con el signo suficiente del lenguaje? ¿Cómo puede alguien cuya responsabilidad es resolver nuestros problemas pretender diluir la realidad que todos los dominicanos percibimos todos los días? ¿Puede alguien que es Presidente de la República creer que habla y actúa por azar, cuando sus mentiras prefiguran nuestro destino?

Uno se queda azorado mirándole los guindajos de la retórica, y no alcanza a explicarse cómo es que alguien te quiere hurtar el mundo.

Un Sofista griego llamado Gorgias llegó a temer de tal modo de su capacidad de expresión, que terminó enmudeciendo. Lo deslumbró la certeza de que mediante la palabra podía transformar cualquier verdad en mentira, y prefirió la modestia del silencio. Gorgias vivía en un mundo menos complicado, ese estadio de la humanidad que llaman cosmológico porque las leyes generales de la naturaleza no se habían separado todavía de las leyes sociales, y por lo tanto prefirió renunciar al poder que había descubierto en la capacidad de simbolización de la lengua, hundiéndose en la mudez. Leonel Fernández vive en la posmodernidad, y presume de ello. Y la intención destacada de sus discursos es hacer póstuma la realidad más viva que nos golpea a todos. Hay un deleite verbal y un complejo de superioridad que lo lleva en un momento relampagueante a querer hurtarle el mundo al espectador. El cree que su verbo desplegado nos moja de sus atributos, tal cual si jugara al espíritu puro. Pero es un ser indolente y alejado del país verdadero. Un manipulador consciente que se aprovecha de la ignorancia y la miseria material de este país, para robarnos incluso la realidad más cruda.

Pero ese mundo posmoderno no es el del Gorgias ensimismado que se aterra de su propio poder de transformar con el verbo la mentira en verdad. En el mismo momento que Leonel Fernández describía ese país inexistente, circulaba ya el "Informe global de competitividad 2010-2011", un rotundo mentís a todos los argumentos con los cuales se levantó ese edificio de palabras con el que intentó sustituir la propia experiencia de la realidad. En ese informe el país de ensueño que él nos pintó ocupa el lugar 138 de 139 en despilfarro del gasto público, y el penúltimo también en favoritismo en las decisiones gubernamentales. No hay más que cubrirse de vergüenza ajena cuando se miran los rangos básicos de la salud y la educación. Ese país imaginado de Leonel Fernández no tiene sosiego, en el ranking la salud pública ocupa uno de los últimos lugares, algo así como si los hospitales fueran una antesala al infierno dantesco; y la educación sigue situada en el escalón más bajo de la valoración mundial ( El mismo presidente que se tongonea en el discurso negó el 4% para la educación, que no era una revolución educativa, sino la forma de poner el sistema en una situación de desempeño). La expectativa de vida al nacer y la mortalidad infantil tienen resultados dolorosos, alejados de ese retablo milagroso que pregona en su discurso. Y para terminar la infamia somos el país más corrupto del mundo, según los índices de transparencia.

Entonces, ¿quién habita ese país que él describe? ¿Por qué este hombre abusa de la licencia platónica de hablar libre de las restricciones de lo concreto? ¿Cómo es posible que el gobernante de todos los dominicanos hable como si no habitáramos el mismo espacio geográfico? Cuando era joven y leía la "Historia de la filosofía", de Cornú, me divertían las angustias de Gorgias. Ahora soy casi viejo y no soporto a este Gorgias tropical. Si no tuviera ya tantos años sobre mis hombros, me hubiera largado de aquí. La aventura espiritual de la dominicanidad es ese balanceo entre el "parecer" y el "Ser". Cuando Leonel habla, es el maestro del "parecer". En la historia, debería bastar con un solo Gorgias.

Thursday, July 14, 2011

¿Quién mató a Facundo Cabral?



Parece increíble. Mataron a Facundo Cabral. Al trovador de prosa libre y libertaria, al cantautor que sobrevivió una infancia de penurias, la cárcel, los interminables días de la dictadura. Un sobreviviente. Lo mataron así no más, a sangre fría, 16 tiros. Unos sicarios que no valen lo que valía un moco de Cabral. Con clarividencia, en una entrevista dada en México en Septiembre del año pasado, dijo sobre el sicariato: “Pendejos siempre hubo. Y existe el secuestro y el narcotráfico porque hay pendejos que no tienen cojones para vivir la vida y prefieren asesinar". Lo asesinaron cobardemente, en una calle de Ciudad de Guatemala llamada, paradójicamente, Liberación. Varios presidentes (entre ellos el ultraderechista colombiano Juan Manuel Santos) salieron a expresar sus condolencias. Cosa curiosa, pues Cabral nunca se llevó muy bien con los presidentes. Con ninguno. En esa misma entrevista dijo “Soy un anarquista, que es algo peor que un comunista. Por eso, nunca he votado, jamás me he involucrado en la política, porque divide y yo me alejo de lo que divide. Nadie, ningún político va a venir a cambiar la realidad nuestra".

Y sin embargo, con su guitarra, esa “máquina para matar fascistas” como diría el trovador norteamericano Woody Guthrie, hizo política la mejor parte de su vida. Política buena, la sacude la indiferencia, la que despierta conciencias, la que nos hace darnos cuenta que no estamos solos en el mundo, la que rima con solidaridad, la que nos llama a ponernos de pie y enfrentar al poderoso. Ese era Cabral, el niño analfabeto de la calle, que hizo escuela en la cárcel, que no conoció padre… ese corazón prodigioso que en lugar de endurecerse como el mármol con las dificultades de la vida, se enterneció y adquirió esa comprensión de las insondables profundidades del ser humano que caracterizó su obra.

¿Quién mató a Cabral? Esa es la pregunta que todos se hacen. Fueron los sicarios, dicen unos. El narco, dicen otros. Una bala perdida, se escucha de los más cínicos. Una nueva víctima de Guatemala, un “Estado fallido” vociferan los periódicos argentinos. Pero quién en verdad mató a Cabral, fueron los mismos a los que él cantó sus prosas de crítica social.

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que mutilaron y asesinaron al trovador chileno Víctor Jara y han convertido al cantante-guerrillero colombiano Julián Conrado en un detenido desaparecido.

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que asesinan sindicalistas en Guatemala, país que ocupa, después de Colombia, el segundo lugar del mundo en el récord de sindicalistas asesinados. 16 sindicalistas fueron asesinados el 2009. 10 en el 2010. Y este año ya van por lo menos 5.

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que asesinaron salvajemente a unas 600 mujeres solamente el 2010.

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que asesinan a cientos de campesinos mayas todos los años para despojarlos de sus tierras. Los mismos que desplazan a miles más para dar paso a la minería y los agronegocios.

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que, luego de graduarse de la Escuela de las Américas, asesinaron a más de 250.000 guatemaltecos, desaparecieron a más de 500.000, torturaron y vejaron a millones durante la guerra civil, desde finales de la década de 1950 hasta 1996. Y siguen matando…

¿Quién mató a Cabral? Los mismos que, teniendo los medios para acabar con la miseria, condenan a decenas de miles de guatemaltecos a la más brutal y sáduca de las muertes: a la muerte por hambre, a la muerte por carencias de todo tipo.

Acá no hay un misterio por resolver. Los que asesinaron a Cabral fueron los ricos, los poderosos, la oligarquía, los capitalistas, los imperialistas, de todos los pelajes, que han construido un “Estado fallido” a su gusto en Guatemala, y lo han hecho con la generosa contribución de Washington, sin ningún contrapeso desde la rendición de la insurgencia en 1996 (tome nota Colombia de lo que les espera si el conflicto se resuelve con una rendición según los términos del “presidente”). Son ellos los que alimentan a las bandas de sicarios como ayer alimentaron a los escuadrones de la muerte. Esas bandas actúan con la total impunidad que les otorga el ejército y la policía, debidamente entrenados y adoctrinados por los EEUU en la era de la barbarie contrainsurgente.

Las notas de prensa arrojan una cortina de humo sobre Guatemala, como si la violencia se redujera a una mera cuestión de narcos y mafias. “El primer narcoestado de América Latina” según la Nación de Argentina… olvidándose, claro de que ese dudoso honor lo ostenta Colombia desde comienzos de los ’90. “Un país gobernado por los Zetas”, dicen otros diarios, olvidándose que el control oligárquico en Guatemala es férreo, y que en realidad el territorio completo es gobernado por empresas trasnacionales que hacen y deshacen con las comunidades. ¿Con quién está aliado el narco? ¿Quién mantiene a los sicarios? ¿A quiénes matan las balas de la mafia? ¿Qué intereses se benefician y amasan riquezas con esta violencia?

Cuando se comiencen a hacer estas preguntas seriamente, tal vez logren encontrar la respuesta a la pregunta que todos hoy nos hacemos: ¿Quién mató a Cabral?

Para nosotros tú no estás muerto Facundo, hombre de canto fecundo. Para nosotros tú vives en los que luchan, en los que piensan con su propia cabeza, en los que desafían lo mismo a dictadores que a prejuicios milenarios. Junto a tantos otros trovadores de canto libre, como Víctor Jara, como tantos otros cuyo canto es una cadena sin comienzo ni final, donde en cada eslabón se encuentra el canto de los demás.

Creen que te mataron, pero sencillamente te han elevado a la eternidad. Un artista, cuando no canta por cantar, nunca muere Facundo, nunca…