ANDRÉS L. MATEO
Escritor
Siempre que escucho un discurso de Leonel Fernández suelo plantearme el mismo dilema: ¿Quién habita ese país que él describe? ¿Cómo es posible que el gobernante de todos los dominicanos hable como si no ocupáramos el mismo espacio geográfico, como si la realidad se pudiera esfumar con el signo suficiente del lenguaje? ¿Cómo puede alguien cuya responsabilidad es resolver nuestros problemas pretender diluir la realidad que todos los dominicanos percibimos todos los días? ¿Puede alguien que es Presidente de la República creer que habla y actúa por azar, cuando sus mentiras prefiguran nuestro destino?
Uno se queda azorado mirándole los guindajos de la retórica, y no alcanza a explicarse cómo es que alguien te quiere hurtar el mundo.
Un Sofista griego llamado Gorgias llegó a temer de tal modo de su capacidad de expresión, que terminó enmudeciendo. Lo deslumbró la certeza de que mediante la palabra podía transformar cualquier verdad en mentira, y prefirió la modestia del silencio. Gorgias vivía en un mundo menos complicado, ese estadio de la humanidad que llaman cosmológico porque las leyes generales de la naturaleza no se habían separado todavía de las leyes sociales, y por lo tanto prefirió renunciar al poder que había descubierto en la capacidad de simbolización de la lengua, hundiéndose en la mudez. Leonel Fernández vive en la posmodernidad, y presume de ello. Y la intención destacada de sus discursos es hacer póstuma la realidad más viva que nos golpea a todos. Hay un deleite verbal y un complejo de superioridad que lo lleva en un momento relampagueante a querer hurtarle el mundo al espectador. El cree que su verbo desplegado nos moja de sus atributos, tal cual si jugara al espíritu puro. Pero es un ser indolente y alejado del país verdadero. Un manipulador consciente que se aprovecha de la ignorancia y la miseria material de este país, para robarnos incluso la realidad más cruda.
Pero ese mundo posmoderno no es el del Gorgias ensimismado que se aterra de su propio poder de transformar con el verbo la mentira en verdad. En el mismo momento que Leonel Fernández describía ese país inexistente, circulaba ya el "Informe global de competitividad 2010-2011", un rotundo mentís a todos los argumentos con los cuales se levantó ese edificio de palabras con el que intentó sustituir la propia experiencia de la realidad. En ese informe el país de ensueño que él nos pintó ocupa el lugar 138 de 139 en despilfarro del gasto público, y el penúltimo también en favoritismo en las decisiones gubernamentales. No hay más que cubrirse de vergüenza ajena cuando se miran los rangos básicos de la salud y la educación. Ese país imaginado de Leonel Fernández no tiene sosiego, en el ranking la salud pública ocupa uno de los últimos lugares, algo así como si los hospitales fueran una antesala al infierno dantesco; y la educación sigue situada en el escalón más bajo de la valoración mundial ( El mismo presidente que se tongonea en el discurso negó el 4% para la educación, que no era una revolución educativa, sino la forma de poner el sistema en una situación de desempeño). La expectativa de vida al nacer y la mortalidad infantil tienen resultados dolorosos, alejados de ese retablo milagroso que pregona en su discurso. Y para terminar la infamia somos el país más corrupto del mundo, según los índices de transparencia.
Entonces, ¿quién habita ese país que él describe? ¿Por qué este hombre abusa de la licencia platónica de hablar libre de las restricciones de lo concreto? ¿Cómo es posible que el gobernante de todos los dominicanos hable como si no habitáramos el mismo espacio geográfico? Cuando era joven y leía la "Historia de la filosofía", de Cornú, me divertían las angustias de Gorgias. Ahora soy casi viejo y no soporto a este Gorgias tropical. Si no tuviera ya tantos años sobre mis hombros, me hubiera largado de aquí. La aventura espiritual de la dominicanidad es ese balanceo entre el "parecer" y el "Ser". Cuando Leonel habla, es el maestro del "parecer". En la historia, debería bastar con un solo Gorgias.