La sola noción de su existencia sembró el terror en las mentes de muchísimos, para los cuales representaba el epítome del irrespeto a las libertades humanas. Su imagen, representación de una esclavitud sin esperanza, fue la de un monstruo que acechaba el mínimo descuido para apoderarse del mundo entero.
Los creyentes le endilgaron los tristemente célebres sobrenombres de "ateo" y "disociador". Despectivos por una parte y respetuosos por otra. Por el respeto que da el miedo al gran poder que tuvo quizá el más infame de los sistemas. El comunismo.
Por un tiempo, años, luchó de tú a tú con su contrario. Finalmente, el capitalismo triunfó. El sistema de las libertades acabó con el de las esclavitudes. Todo lo que se podía libremente en éste, estaba prohibido o controlado aquel. No podía ser.
Pero es una pena que se haya terminado. En cierto modo, fue un contrapeso en la balanza de medir el alcance de los atrevimientos del ser humano. Y hasta cierto punto, mientras existió, frenó un poco los desmedidos afanes de riqueza y poder de los que le endilgaron aquellos motes ominosos.
Hoy en día, los creyentes, con su liberalismo irresponsable, llevan al mundo al desastre. El irrespeto a todo es evidente. Pero le venden al mundo la imagen de que así debe ser, porque somos libres. Es como si hubiera que pagar un precio, sin el cual no hay producto. Pero es un precio muy alto.
Con ese "te dejo hacer para que tú me dejes hacer a mí" de lo que hace unos años empezó a llamarse Neoliberalismo y que hoy es la doctrina de casi todo el mundo, se han ido haciendo legales por uso común cosas que hace cincuenta años eran inconcebibles. Legales, puede ser. Justas u honestas es otra cosa.
En nombre de la libertad y la democracia, se declaran guerras. Pero detrás de las excelsas causas que dicen defender los paladines del mundo libre, están los intereses más espurios. Y, para satisfacer su demanda incontrolable de riquezas, decretan la muerte de miles de seres humanos. Beligerantes y no beligerantes. Pero inocentes de las maquinaciones del poder.
Es impresionante el modo en que nos venden estilos de vida que nos llevan a hacernos esclavos de instituciones financieras. Estas nos exprimen el sudor en larguísimos contratos de exageradamente onerosos intereses. Pero hay la excusa, perdón, la razón, de que "nadie te obliga".
Nunca como ahora la letra pequeña de los contratos ha sido más cruel y las condiciones más leoninas. Sin embargo, en numerosas ocasiones no nos queda más remedio que firmar, porque es la única manera de seguir adelante.
Se nos engatusa al hacer cualquier transacción. Y, por ejemplo, nos dicen que si compramos de una manera tal, no pagaremos intereses, pero ya éstos han sido cargados al precio. Si no compramos de la manera que nos sugieren, lo único que haremos es pagar intereses sobre intereses. Y debemos agradecer, porque es un favor que nos hacen. Es una de las bondades de nuestro sistema.
No creo que haya un porcentaje razonable de transacciones comerciales completamente honestas. No hablo de la limpieza, porque probablemente sean legales. Y si son legales, ¿quién dijo que no son limpias?
Nos entretienen y nos mantienen cautivos con rifas y puntos acumulables que se pueden canjear por viajes o estadías en resorts. Son recompensas, ¿no? Pero podríamos conseguir el triple de cosas con nuestro propio dinero si no tuviéramos que irlo repartiendo entre todos los que nos proporcionan bienes y servicios. ¡Ah!, y los puntos vencen, así que apurémonos a canjearlos porque son carísimos.
Un trabajador nunca sabe cuándo va a perder su fuente de sustento y las causas por las que va a ser enviado a la calle. A cualquier nivel. Desde obreros hasta ejecutivos. Los accionistas tienen que ganar dinero. Y la forma más cómoda de reducir gastos es eliminando personal. Claro, es por la situación del mercado.
Otro trabajador nunca sabe cuándo va a tener que trabajar el doble por la misma cantidad de dinero, porque su compañero de trabajo fue "desvinculado" de la empresa. Y las esperanzas de un aumento de sueldo no se ven ni en el panorama más lejano.
Los grandes especuladores acaban con bancos y desestabilizan todo el sistema financiero y los contribuyentes son víctimas por partida doble. Primero, pierden el dinero que les robaron los especuladores y, luego, tienen que pagar impuestos para que el gobierno pueda tapar los grandes agujeros negros del susodicho sistema.
Salud, educación, orden, seguridad, bienestar en general, son temas que no preocupan demasiado. Lo importante es que en el sistema de las libertades, cada quien puede hacerse rico como quiera. Parece ser nuestro premio por haber vencido al Sistema del Diablo. Es una suerte extraordinaria que estemos viviendo en este otro.