Cuando en 7dias se publicó la noticia de que la República Dominica fue despojada del voto en las Naciones Unidas por una deuda que ronda los cinco millones de dólares, alguna gente comentó que, a final de cuenta, de nada vale esta prerrogativa perdida si el país ignora, incluso, por cuáles cosas se vota en su nombre.
No les falta razón a estos opinantes. Los votos de la República Dominicana son cocidos en las brasas de las circunstancias; ni siquiera me atrevo a decir que en las de un proyecto, cual que sea, porque aun personalísimo todo proyecto exige una mirada de largo plazo y no es eso, precisamente, lo que caracteriza a quienes gobiernan este desangelado pedazo de isla. Lo de ellos –lo de él— es la premura efectista, la voraginosa necesidad del ahora por si acaso no hay después. El cumplimiento sin pausa del anhelo, la concreción vicaria del sueño.
Internet es una deleitosa tortura. Pones en la ventana de búsqueda de Google “ONU-Leonel”, y se despliegan ante tus ojos, en apenas nanosegundos, los rastros de la parafernalia mediática: invariablemente, las intervenciones del presidente Fernández ante el organismo son tratadas por sus propagandistas como genialidades que dejan paralizados, cual víctimas de un ataque apoplético, a quienes lo escuchan. Numen del Trópico, cortocircuita al más bonito… pero no paga.
Y de esta vergüenza ajena, aunque yo también ignore para qué le sirve el voto en la ONU a la República Dominicana, paso a ahogarme en la rabia de saber que cien presos, quizá un poco más, son enfermos terminales. La foto publicada por el periódico Hoy para ilustrar el reportaje firmado por Sorange Batista, me trajo a la memoria la de Kevin Carter, ganadora de un Putlizer: una niña sudanesa agoniza por hambre mientras un buitre espera paciente el desenlace. Carter se suicidó años después acosado por los fantasmas de aquella escena macabra y posiblemente por la pregunta de por qué no hizo algo, cualquier cosa, por la niña moribunda, en lugar de solo fotografiarla.
Manuel de Jesús Pérez Sánchez, director de Prisiones, no enfrentará nunca el angustiante conflicto ético que terminó con la vida del laureado fotógrafo sudafricano. Pérez Sánchez piensa en dominicano, su moral y su ética son folclóricas, tienen sonido de güira: “El puerco sabe de la javilla en la que se rasca”. Por eso Luis Álvarez Renta, multimillonario defraudador, delincuente de cuello blanco condenado a diez años de prisión, sale de la cárcel 117 veces para encontrarse con su españolísima amante en el apartamento comprado a nombre de un testaferro, para entrevistarse con el cardenal López Rodríguez, para hacerse una cirugía estética, ver a la nutricionista y para todo lo que le dé su malditísima gana. Y no hablemos del resto, que a fuerza de billetes, de muchos, muchísimos billetes, hace lo mismo que Álvarez Renta. Poderoso caballero es don dinero en una sociedad y bajo un gobierno rastreramente cómplices.
Y como si estos vomitivos fueran pocos, agrego las Yuleidys y los Turpén en una noche de jueves y en un lugar situado a menos de quinientos metros de donde sicarios acababan de asesinar un venezolano, una puede sospechar por cuáles razones. Viva la seguridad ciudadana. Cada apertura de puerta del local trae a la terraza un ruido tan insoportable como el desfile interminable de muchachas casi adolescentes y de funcionarios clave de un gobierno de moral de feria. Bunga bunga atemperada por lugar y circunstancia, nada más. Viagrados comprando clímax sexuales con nuestros impuestos. Canallas a la enésima potencia haciendo de cuerpos jóvenes el territorio de sus fantasías más miserables de hombres maduros pero inmensamente ricos gracias a la corrupción. Envilecedores impunes del poder y la democracia.
En el insomnio de mis noches, sueño despierta con oír repetida en el país, en registro hermafrodita, la consigna de las mujeres italianas contra Berlusconi: “Si no es ahora, ¿cuándo?”
No les falta razón a estos opinantes. Los votos de la República Dominicana son cocidos en las brasas de las circunstancias; ni siquiera me atrevo a decir que en las de un proyecto, cual que sea, porque aun personalísimo todo proyecto exige una mirada de largo plazo y no es eso, precisamente, lo que caracteriza a quienes gobiernan este desangelado pedazo de isla. Lo de ellos –lo de él— es la premura efectista, la voraginosa necesidad del ahora por si acaso no hay después. El cumplimiento sin pausa del anhelo, la concreción vicaria del sueño.
Internet es una deleitosa tortura. Pones en la ventana de búsqueda de Google “ONU-Leonel”, y se despliegan ante tus ojos, en apenas nanosegundos, los rastros de la parafernalia mediática: invariablemente, las intervenciones del presidente Fernández ante el organismo son tratadas por sus propagandistas como genialidades que dejan paralizados, cual víctimas de un ataque apoplético, a quienes lo escuchan. Numen del Trópico, cortocircuita al más bonito… pero no paga.
Y de esta vergüenza ajena, aunque yo también ignore para qué le sirve el voto en la ONU a la República Dominicana, paso a ahogarme en la rabia de saber que cien presos, quizá un poco más, son enfermos terminales. La foto publicada por el periódico Hoy para ilustrar el reportaje firmado por Sorange Batista, me trajo a la memoria la de Kevin Carter, ganadora de un Putlizer: una niña sudanesa agoniza por hambre mientras un buitre espera paciente el desenlace. Carter se suicidó años después acosado por los fantasmas de aquella escena macabra y posiblemente por la pregunta de por qué no hizo algo, cualquier cosa, por la niña moribunda, en lugar de solo fotografiarla.
Manuel de Jesús Pérez Sánchez, director de Prisiones, no enfrentará nunca el angustiante conflicto ético que terminó con la vida del laureado fotógrafo sudafricano. Pérez Sánchez piensa en dominicano, su moral y su ética son folclóricas, tienen sonido de güira: “El puerco sabe de la javilla en la que se rasca”. Por eso Luis Álvarez Renta, multimillonario defraudador, delincuente de cuello blanco condenado a diez años de prisión, sale de la cárcel 117 veces para encontrarse con su españolísima amante en el apartamento comprado a nombre de un testaferro, para entrevistarse con el cardenal López Rodríguez, para hacerse una cirugía estética, ver a la nutricionista y para todo lo que le dé su malditísima gana. Y no hablemos del resto, que a fuerza de billetes, de muchos, muchísimos billetes, hace lo mismo que Álvarez Renta. Poderoso caballero es don dinero en una sociedad y bajo un gobierno rastreramente cómplices.
Y como si estos vomitivos fueran pocos, agrego las Yuleidys y los Turpén en una noche de jueves y en un lugar situado a menos de quinientos metros de donde sicarios acababan de asesinar un venezolano, una puede sospechar por cuáles razones. Viva la seguridad ciudadana. Cada apertura de puerta del local trae a la terraza un ruido tan insoportable como el desfile interminable de muchachas casi adolescentes y de funcionarios clave de un gobierno de moral de feria. Bunga bunga atemperada por lugar y circunstancia, nada más. Viagrados comprando clímax sexuales con nuestros impuestos. Canallas a la enésima potencia haciendo de cuerpos jóvenes el territorio de sus fantasías más miserables de hombres maduros pero inmensamente ricos gracias a la corrupción. Envilecedores impunes del poder y la democracia.
En el insomnio de mis noches, sueño despierta con oír repetida en el país, en registro hermafrodita, la consigna de las mujeres italianas contra Berlusconi: “Si no es ahora, ¿cuándo?”