Escrito por: Narciso Isa Conde
El contraataque se inició con el golpe en Honduras, continuó con la siete bases militares en Colombia y el apoyo de Obama al agresivo régimen narco-para-terrorista de Uribe, tomó nuevos bríos con el triunfo de la extrema derecha chilena y con la “legalización” de la continuidad golpista en Honduras a través del “triunfo electoral” de Porfirio Lobo.
A esto hay que agregarle el plan de reinstalación de las bases en Panamá, los trajines golpistas en Paraguay, la ampliación de la ocupación militar de Haití y los avances de la derecha conservadora en Argentina.
El uso de la tragedia del terremoto para incrementar la soldadesca gringa en Haití ha servido para reforzar la retaguardia militar estratégica de EEUU en el Caribe, en la proximidad de Cuba y tocando territorio dominicano.
Ciertamente -como afirma el comandante Chávez- Colombia, Honduras y Haití representan “un triangulo fatal” que procura fortalecer la contraofensiva política de un imperialismo decadente y pentagonizado.
Por suerte, en el corazón de esta oleada de cambios están nuestros pueblos, que se resisten a seguir viviendo como se lo impone el dominio de una clase dominante-gobernante corrompida, corruptora y deshumanizada al extremo y de un imperialismo implacable.
El contraataque precisa ser atacado con el impulso a la oleada redentora y a ese propósito convendría volcar toda la solidaridad unificada y convergente posible hacia esos “puntos calientes” y esos “eslabones en crisis”, contra esos “engendros” político-miltares que conforman la referida “triangulación fatal”.
Esto puede lograrse emprendiendo una fuerte campaña de respaldo y en favor del reconocimiento internacional de la Resistencia Hondureña como “fuerza beligerante”. Igual se precisa en el caso colombiano respecto a la insurgencia armada y a la oposición civil alternativa, así como impulsar la movilización para que Haití sea desocupada militarmente y auxiliada sobre todo con médicos, constructores, inversiones productivas, asesores, recursos, alimentos, medicinas y políticas en favor de la autodeterminación y la autoorganización de su pueblo.
Convendría, al mismo tiempo, desplegar esfuerzos para la unificación de las fuerzas sociales y políticas transformadoras en todo el continente hasta conformar un gran movimiento que articule la diversidad revolucionaria latino-caribeña, presta a atacar y a derrotar los contraataques.
El contraataque se inició con el golpe en Honduras, continuó con la siete bases militares en Colombia y el apoyo de Obama al agresivo régimen narco-para-terrorista de Uribe, tomó nuevos bríos con el triunfo de la extrema derecha chilena y con la “legalización” de la continuidad golpista en Honduras a través del “triunfo electoral” de Porfirio Lobo.
A esto hay que agregarle el plan de reinstalación de las bases en Panamá, los trajines golpistas en Paraguay, la ampliación de la ocupación militar de Haití y los avances de la derecha conservadora en Argentina.
El uso de la tragedia del terremoto para incrementar la soldadesca gringa en Haití ha servido para reforzar la retaguardia militar estratégica de EEUU en el Caribe, en la proximidad de Cuba y tocando territorio dominicano.
Ciertamente -como afirma el comandante Chávez- Colombia, Honduras y Haití representan “un triangulo fatal” que procura fortalecer la contraofensiva política de un imperialismo decadente y pentagonizado.
Por suerte, en el corazón de esta oleada de cambios están nuestros pueblos, que se resisten a seguir viviendo como se lo impone el dominio de una clase dominante-gobernante corrompida, corruptora y deshumanizada al extremo y de un imperialismo implacable.
El contraataque precisa ser atacado con el impulso a la oleada redentora y a ese propósito convendría volcar toda la solidaridad unificada y convergente posible hacia esos “puntos calientes” y esos “eslabones en crisis”, contra esos “engendros” político-miltares que conforman la referida “triangulación fatal”.
Esto puede lograrse emprendiendo una fuerte campaña de respaldo y en favor del reconocimiento internacional de la Resistencia Hondureña como “fuerza beligerante”. Igual se precisa en el caso colombiano respecto a la insurgencia armada y a la oposición civil alternativa, así como impulsar la movilización para que Haití sea desocupada militarmente y auxiliada sobre todo con médicos, constructores, inversiones productivas, asesores, recursos, alimentos, medicinas y políticas en favor de la autodeterminación y la autoorganización de su pueblo.
Convendría, al mismo tiempo, desplegar esfuerzos para la unificación de las fuerzas sociales y políticas transformadoras en todo el continente hasta conformar un gran movimiento que articule la diversidad revolucionaria latino-caribeña, presta a atacar y a derrotar los contraataques.