De Andrés L. Mateo
Ninguna otra institución en la República Dominicana tiene a su disposición un acervo técnico tan variado, ni un caudal tan robusto de observaciones y recomendaciones para superar el estado de indigencia que el sistema acarrea. No hay un solo maestro que no esté empapado del lenguaje constructivista, que no haya sobrevivido a la brega de descubrir la "construcción del conocimiento", y que no sienta ahora la perplejidad de olvidar todo lo que lo obligaron a aprender de esa escuela. La escuela dominicana es un maldito amasijo de teorías, y no hay un técnico medio que no pueda citar a César Coll, Juan Carlos Tedesco o Cecilia Braslavski. O que no haya hecho un curso con Malpica, Norberto Boggino o Julia Mora.
Pero toda esa calistenia teórica no ha aterrizado nunca en el aula, y la educación dominicana está en el último lugar de los países estudiados en el laboratorio del SERCE, por una puntuación media inferior al promedio de los países cuyo rango de dispersión entre los percentiles es inferior a los 200 puntos. Esto se dice fácil, pero si midiéramos la degradación del sistema por el ciclo de la vida humana, diríamos que la educación dominicana está en capilla ardiente.
Y ahora se pretende imponer unos libros de textos que casi evaporan la enseñanza del español, y hasta los perfiles de la identidad. En la sociedad tecnológica de hoy hay otras formas simples y complejas de lecturas, y hay infinitas posibilidades de "comunicar" el saber por medio de las vías electrónicas. Pero lo que la tecnología no ha podido es borrar la relación indisoluble que existe entre el pensamiento y el lenguaje. Esta ecuación ordena no simplificar la lengua en las estrategias pedagógicas, y darle al contenido curricular la dimensión que la lengua tiene en el proceso del conocimiento. La "construcción del conocimiento" no es un acto de magia, y la visión misma del constructivismo atraviesa la lengua como significante de la cultura.
Es por eso que el sistema educativo dominicano tiene que hacer un esfuerzo de superación infinita en la enseñanza de la lengua.
¿Cómo entender que nuestros estudiantes salen del bachillerato con un universo vocabular dos veces inferior a la media de la mayoría de los países hispanoamericanos? ¿Qué esperar de un estudiante que no es capaz de dominar el concepto como categoría del pensamiento? ¿A dónde acudir, si la experiencia de lectoría de nuestros estudiantes es ínfima, y si explicar lo leído es siempre una aventura que conduce a la decepción? ¿Se puede ser un buen estudiante sin manejar con destreza la lengua, puesto que la lengua, además de ser ella misma objeto de estudio, es el instrumento con el que se estudian todas las otras asignaturas, incluyendo la matemática?
En las condiciones de la posmodernidad, la vida de hoy es un enjambre interminable de signos. Antes fue igual, pero la sociedad posmoderna hace preponderante la imagen sobre el concepto. Sin embargo, entre todos los sistemas de signos de la vida social, el signo lingüístico es el más importante y el más complejo, porque atañe a la esencia de la condición humana. Ninguna teoría sicopedagógica puede sustituir la enseñanza formal de la lengua materna. Antes al contrario, en países como Canadá, cuya expresión nacional es francesa e inglesa, en los primeros años de la educación sólo se enseñan la lengua materna y la matemática, y las expresiones artísticas. Y las actuales reformas en marcha en países como Francia y España apuntan al fortalecimiento de la enseñanza de la lengua y la matemática en los ciclos iniciales.
Porque la lengua no es una asignatura transversal, sino troncal. Y porque, a pesar de toda la tecnología, la inteligencia humana es estructuralmente lingüística.
Ninguna otra institución en la República Dominicana tiene a su disposición un acervo técnico tan variado, ni un caudal tan robusto de observaciones y recomendaciones para superar el estado de indigencia que el sistema acarrea. No hay un solo maestro que no esté empapado del lenguaje constructivista, que no haya sobrevivido a la brega de descubrir la "construcción del conocimiento", y que no sienta ahora la perplejidad de olvidar todo lo que lo obligaron a aprender de esa escuela. La escuela dominicana es un maldito amasijo de teorías, y no hay un técnico medio que no pueda citar a César Coll, Juan Carlos Tedesco o Cecilia Braslavski. O que no haya hecho un curso con Malpica, Norberto Boggino o Julia Mora.
Pero toda esa calistenia teórica no ha aterrizado nunca en el aula, y la educación dominicana está en el último lugar de los países estudiados en el laboratorio del SERCE, por una puntuación media inferior al promedio de los países cuyo rango de dispersión entre los percentiles es inferior a los 200 puntos. Esto se dice fácil, pero si midiéramos la degradación del sistema por el ciclo de la vida humana, diríamos que la educación dominicana está en capilla ardiente.
Y ahora se pretende imponer unos libros de textos que casi evaporan la enseñanza del español, y hasta los perfiles de la identidad. En la sociedad tecnológica de hoy hay otras formas simples y complejas de lecturas, y hay infinitas posibilidades de "comunicar" el saber por medio de las vías electrónicas. Pero lo que la tecnología no ha podido es borrar la relación indisoluble que existe entre el pensamiento y el lenguaje. Esta ecuación ordena no simplificar la lengua en las estrategias pedagógicas, y darle al contenido curricular la dimensión que la lengua tiene en el proceso del conocimiento. La "construcción del conocimiento" no es un acto de magia, y la visión misma del constructivismo atraviesa la lengua como significante de la cultura.
Es por eso que el sistema educativo dominicano tiene que hacer un esfuerzo de superación infinita en la enseñanza de la lengua.
¿Cómo entender que nuestros estudiantes salen del bachillerato con un universo vocabular dos veces inferior a la media de la mayoría de los países hispanoamericanos? ¿Qué esperar de un estudiante que no es capaz de dominar el concepto como categoría del pensamiento? ¿A dónde acudir, si la experiencia de lectoría de nuestros estudiantes es ínfima, y si explicar lo leído es siempre una aventura que conduce a la decepción? ¿Se puede ser un buen estudiante sin manejar con destreza la lengua, puesto que la lengua, además de ser ella misma objeto de estudio, es el instrumento con el que se estudian todas las otras asignaturas, incluyendo la matemática?
En las condiciones de la posmodernidad, la vida de hoy es un enjambre interminable de signos. Antes fue igual, pero la sociedad posmoderna hace preponderante la imagen sobre el concepto. Sin embargo, entre todos los sistemas de signos de la vida social, el signo lingüístico es el más importante y el más complejo, porque atañe a la esencia de la condición humana. Ninguna teoría sicopedagógica puede sustituir la enseñanza formal de la lengua materna. Antes al contrario, en países como Canadá, cuya expresión nacional es francesa e inglesa, en los primeros años de la educación sólo se enseñan la lengua materna y la matemática, y las expresiones artísticas. Y las actuales reformas en marcha en países como Francia y España apuntan al fortalecimiento de la enseñanza de la lengua y la matemática en los ciclos iniciales.
Porque la lengua no es una asignatura transversal, sino troncal. Y porque, a pesar de toda la tecnología, la inteligencia humana es estructuralmente lingüística.