Observatorio de la Política China
A la par que la tensión no parece ceder del todo en la península coreana, a los actores tradicionales se ha sumado, coyunturalmente, uno nuevo: Wikileaks, que con sus revelaciones de diferente signo, viene a añadir más confusión a un litigio de incierto comienzo y final.
Según algunos documentos, Pekín atisba un horizonte de entendimiento con Seúl, habida cuenta de que en un máximo de dos años el régimen norcoreano podría desmoronarse tras la desaparición de Kim Jong-il. Según otras revelaciones, atribuidas al ex primer ministro de Singapur, Lee Kwan Yu, Pekín no dudaría en optar por un Pyongyang nuclear antes que aceptar el descalabro del régimen. Más comentarios ilustran con nitidez las limitaciones de la diplomacia china en la región, destacando, en paralelo, la importancia creciente de la influencia de Washington para garantizar la paz y la estabilidad en la zona. Esa presencia, acompañada de la reiteración de maniobras militares en las inmediaciones del Mar Amarillo, ha surtido, al menos de momento, más efecto sedante en el contencioso que las sugerencias activas de Pekín de reanudar el diálogo hexagonal, todas ellas, dicho sea de paso, con escaso éxito.
Una vez tras otra, la actitud de Pyongyang pone en aprietos a Pekín, quien constata, estupefacto, que los alardes y bravuconadas de su aliado brindan argumentos de difícil contestación a quienes en la zona son partidarios de una implicación activa de Washington en las cuestiones de seguridad, llevando al colapso su estrategia diplomática basada en la progresiva expulsión de EEUU de la región. Y si bien es verdad que este contencioso no tendrá solución por la vía militar, a día de hoy, parece que sólo la correspondencia con gestos belicosos aportan algo de calma tras la tormenta desatada, primero por el hundimiento de la corbeta Cheonan y después por el bombardeo de la isla de Yeonpyeong. Será difícil saber si Pyongyang ha sido con total seguridad, el instigador y ejecutor inicial de ambas iniciativas, pero el hecho de quién comenzó bien pudiera no ser, a la postre, lo más determinante.
A Pekín podría interesarle valerse del contencioso norcoreano para trascender la rivalidad estratégica que le enfrenta a Washington en el entorno asiático, pero difícilmente puede ganar enteros en esa pugna si Pyongyang va por libre y le pone a cada paso entre la espada y la pared. Los sucesos de las últimas semanas serán leídos en clave regional por los países de la zona (desde Japón a India o los países de la ASEAN) como ilustración de la importancia de contar con la cercanía de EEUU, a quienes se aproximarán un poco más en detrimento de Pekín. El balance chino, pues, no puede ser menos favorable.
Quiere ello decir que si la diplomacia china efectivamente ansía desempeñar un papel de mayor calado y envergadura, necesita con urgencia asumir un perfil de mucho mayor rango, abandonando la tradicional “modestia estratégica” que en su día apadrinó Deng Xiaoping al proclamar la necesidad de “no encabezar la ola ni portar la bandera”. Las muestras de comprensión y apoyo reiteradas a lo largo del presente año, con visitas del más alto nivel a Pyongyang, por parte de China, han sido “recompensadas” por Corea del Norte, un Estado a todas luces moribundo pero dotado de capacidades bien mortíferas, con decisiones unilaterales que han disgustado y puesto a China en la picota, condenándola a librar cheques en blanco que erosionan, un poco más si cabe, su imagen ante la opinión pública internacional.
¿Peligra la alianza? No es probable ya que en ella influyen de modo determinante consideraciones geopolíticas que van más allá de lo ideológico o las hipotecas de la historia reciente. A Pekín no le queda otra que seguir haciendo de su capa un sayo y pese a su desagrado, evitando condenas y vetando resoluciones, perseverar en el empeño de ganar influencia de alcance en Pyongyang a fin de evitar su unilateralismo y disciplinar su comportamiento.
La “no injerencia” de Pekín alienta el reforzamiento de la presencia militar de EEUU en la región y aumenta su influencia a la par que limita su margen de maniobra para establecer un marco de cooperación entre ambos países o para atraerse a otras diplomacias relevantes en el conflicto. El triángulo Washington-Seúl-Tokio se cohesiona cada vez más a consecuencia de la acción norcoreana, reforzado por el derechismo del presidente surcoreano Lee Myung-bak y el seguidismo nipón. ¿Quién se acuerda ya de la Comunidad del Este Asiático propuesta por Hatoyama hace pocos meses?
China no moverá un dedo para propiciar la caída del régimen del Norte, pero precisa dotarse de efectivos mecanismos pre y post ante las crisis provocadas por tan incómodo aliado. De lo contrario, no solo los riesgos irán en aumento sino que su estrategia regional quedará, en buena medida, a expensas del juego que decida Pyongyang.
Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China.
A la par que la tensión no parece ceder del todo en la península coreana, a los actores tradicionales se ha sumado, coyunturalmente, uno nuevo: Wikileaks, que con sus revelaciones de diferente signo, viene a añadir más confusión a un litigio de incierto comienzo y final.
Según algunos documentos, Pekín atisba un horizonte de entendimiento con Seúl, habida cuenta de que en un máximo de dos años el régimen norcoreano podría desmoronarse tras la desaparición de Kim Jong-il. Según otras revelaciones, atribuidas al ex primer ministro de Singapur, Lee Kwan Yu, Pekín no dudaría en optar por un Pyongyang nuclear antes que aceptar el descalabro del régimen. Más comentarios ilustran con nitidez las limitaciones de la diplomacia china en la región, destacando, en paralelo, la importancia creciente de la influencia de Washington para garantizar la paz y la estabilidad en la zona. Esa presencia, acompañada de la reiteración de maniobras militares en las inmediaciones del Mar Amarillo, ha surtido, al menos de momento, más efecto sedante en el contencioso que las sugerencias activas de Pekín de reanudar el diálogo hexagonal, todas ellas, dicho sea de paso, con escaso éxito.
Una vez tras otra, la actitud de Pyongyang pone en aprietos a Pekín, quien constata, estupefacto, que los alardes y bravuconadas de su aliado brindan argumentos de difícil contestación a quienes en la zona son partidarios de una implicación activa de Washington en las cuestiones de seguridad, llevando al colapso su estrategia diplomática basada en la progresiva expulsión de EEUU de la región. Y si bien es verdad que este contencioso no tendrá solución por la vía militar, a día de hoy, parece que sólo la correspondencia con gestos belicosos aportan algo de calma tras la tormenta desatada, primero por el hundimiento de la corbeta Cheonan y después por el bombardeo de la isla de Yeonpyeong. Será difícil saber si Pyongyang ha sido con total seguridad, el instigador y ejecutor inicial de ambas iniciativas, pero el hecho de quién comenzó bien pudiera no ser, a la postre, lo más determinante.
A Pekín podría interesarle valerse del contencioso norcoreano para trascender la rivalidad estratégica que le enfrenta a Washington en el entorno asiático, pero difícilmente puede ganar enteros en esa pugna si Pyongyang va por libre y le pone a cada paso entre la espada y la pared. Los sucesos de las últimas semanas serán leídos en clave regional por los países de la zona (desde Japón a India o los países de la ASEAN) como ilustración de la importancia de contar con la cercanía de EEUU, a quienes se aproximarán un poco más en detrimento de Pekín. El balance chino, pues, no puede ser menos favorable.
Quiere ello decir que si la diplomacia china efectivamente ansía desempeñar un papel de mayor calado y envergadura, necesita con urgencia asumir un perfil de mucho mayor rango, abandonando la tradicional “modestia estratégica” que en su día apadrinó Deng Xiaoping al proclamar la necesidad de “no encabezar la ola ni portar la bandera”. Las muestras de comprensión y apoyo reiteradas a lo largo del presente año, con visitas del más alto nivel a Pyongyang, por parte de China, han sido “recompensadas” por Corea del Norte, un Estado a todas luces moribundo pero dotado de capacidades bien mortíferas, con decisiones unilaterales que han disgustado y puesto a China en la picota, condenándola a librar cheques en blanco que erosionan, un poco más si cabe, su imagen ante la opinión pública internacional.
¿Peligra la alianza? No es probable ya que en ella influyen de modo determinante consideraciones geopolíticas que van más allá de lo ideológico o las hipotecas de la historia reciente. A Pekín no le queda otra que seguir haciendo de su capa un sayo y pese a su desagrado, evitando condenas y vetando resoluciones, perseverar en el empeño de ganar influencia de alcance en Pyongyang a fin de evitar su unilateralismo y disciplinar su comportamiento.
La “no injerencia” de Pekín alienta el reforzamiento de la presencia militar de EEUU en la región y aumenta su influencia a la par que limita su margen de maniobra para establecer un marco de cooperación entre ambos países o para atraerse a otras diplomacias relevantes en el conflicto. El triángulo Washington-Seúl-Tokio se cohesiona cada vez más a consecuencia de la acción norcoreana, reforzado por el derechismo del presidente surcoreano Lee Myung-bak y el seguidismo nipón. ¿Quién se acuerda ya de la Comunidad del Este Asiático propuesta por Hatoyama hace pocos meses?
China no moverá un dedo para propiciar la caída del régimen del Norte, pero precisa dotarse de efectivos mecanismos pre y post ante las crisis provocadas por tan incómodo aliado. De lo contrario, no solo los riesgos irán en aumento sino que su estrategia regional quedará, en buena medida, a expensas del juego que decida Pyongyang.
Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China.