Friday, November 12, 2010

¿En qué se puede creer hoy?

Rebelión

Cuando hablamos del origen de la filosofía y de la ciencia en Grecia definimos este proceso como el paso del Mito al Logos. Es un tópico que habría que cuestionar por dos motivos. El primero porque civilizaciones como China e India ya habían elaborado un pensamiento muy complejo. El segundo porque el pensamiento mítico que existía anteriormente en Grecia planteaba a través de la narrativa un tipo de racionalidad con una lógica propia. Pero lo que acabo de decir no pretende diluir la innovación que supone la aparición de la filosofía sino reconsiderarla desde otro punto de vista. El giro que comienza con Sócrates y Platón es el del pensar crítico, que podemos definir como la conversión del supuesto saber en creencia. En la India y en China había un supuesto saber incuestionable, transmitido por la vía de la autoridad. Concebir este saber legitimado por la tradición como una creencia significa ser capaz de cuestionarlo y de contrastarlo con argumentos.Pero Sócrates y Platón también atacaban el relativismo de los sofistas. Porque el relativismo conduce a lo mismo que el saber dogmático: la incapacidad de considerar que hay unas creencias que son más válidas que las otras. El postmodernismo actual es la nueva formulación de este relativismo, donde cualquier creencia es una ficción que sólo se justifica a partir de sus parámetros culturales. Aunque es cierto que cualquier saber es una construcción social hay que saber valorar un discurso cultural desde una cierta razón común.

En el momento actual, en unas circunstancias históricas determinadas, hay que justificar que es lo que podemos y debemos creer, tanto desde el conocer cómo desde el hacer. Desde la perspectiva del conocer la ciencia y la filosofía deberían volver a complementarse y superar así el divorcio de lo que ha llamado la separación de las dos culturas. Kant estableció a finales del siglo XVIII, bajo el espíritu ilustrado, una diferencia entre saber, creer y opinar. La diferencia entre saber, creer y opinar es que el primero se puede demostrar objetivamente, el segundo implica una convicción subjetiva pero que debe tener una consistencia propia y en el tercero no hay ni demostración ni convicción. Pero el positivismo polarizó esta diferencia sacralizando la ciencia físico-natural, intentando entender la sociedad bajo este modelo y reduciendo la filosofía al campo de la opinión, de lo subjetivo. Reducían la creencia a una opinión con la que nos identificamos y eliminaba una tercera vía entre el saber objetivo y la opinión subjetiva.

Podemos entender el saber como la adecuación entre lo que pensamos y los hechos tal como se presentan a la experiencia humana. Las ciencias físico-naturales tienen medios experimentales para fundamentar lo que dicen pero no hay que perder de vista su carácter provisional y revisable. Pero las cuestiones que nos importan como humanos tienen que ver con el sentido del mundo y con nuestras decisiones éticas y políticas. Esto pertenece al campo de la creencia y no al del saber. La cuestión está entonces en no reducir las creencias a simples opiniones con las que nos identificamos subjetivamente. Hay que situar las creencias morales y políticas en un registro inter-subjetivo. Esto quiere decir que sin ser objetivo no lo consideramos tampoco algo puramente subjetivo. Lo intersubjetivo es lo que pertenece a lo común, al diálogo, a lo público. No siempre es posible el consenso pero es necesaria una deliberación que tenga como horizonte la felicidad de todos.

La primera creencia moral y política que podemos y debemos tener es que hay que considerar que lo mejor es lo que produce más bienestar al máximo de personas. La segunda creencia es que el bienestar responde sólo parcialmente a unos criterios objetivos: trabajo, vivienda, sanidad, educación. La parte complementaria hay que dejarla al ideal ético de cada cual, que quiere decir el camino que elige para ser feliz. La tercera creencia es que hay que potenciar la autonomía y la libertad de los ciudadanos para que sigan su propio camino, para que desarrollen sus capacidades.

La justicia se basa en el equilibrio entre la igualdad y el mérito, entre lo que necesita cualquier humano por ser un ciudadano y lo que le corresponde por su esfuerzo. Podemos creer en una concepción racional de la justicia y en la posibilidad de alcanzarla a través del compromiso personal y de la lucha política. Políticamente hemos de creer en la democracia, pero no como un sistema formal, como nos ha hecho creer la ideología liberal. Hay que defenderla cómo la consecuencia de la lucha de los excluidos por tener acceso al gobierno de la sociedad en la que viven. Democracia quiere decir que todos tienen derecho a decidir en lo que les concierne. También que hay que creer que la gente no es estúpida sino que en todo caso nos vuelven estúpidos. Que no hay élites que estén por encima de los demás y que sean los únicos que tienen capacidad y derecho de gobernar y de decidir. Sabemos que la “La Declaración de los Derechos Humanos” no se cumple, que no hay que entenderlo cómo papel mojado sino cómo el producto histórico de la lucha humana por su emancipación. Es una referencia necesaria porque es un instrumento que tenemos para la denuncia, un ideal al que aspirar. Igualmente hay que creer que el capitalismo no es eterno ni tampoco natural y que su lógica del beneficio, irracional e injusta, debe ser sustituida por la del bien común. Porque sabemos cuales son sus efectos devastadores a nivel humano y planetario.

Finalmente hemos de creer que en el campo espiritual y religioso cualquier creencia merece ser respetada si acepta todo anterior. Chesterton tenía parte de razón cuando dijo que al dejar de creer en Dios podíamos empezar a creer en cualquier cosa. En ocasiones el ateismo no ha abierto un horizonte de racionalidad sino de creencias todavía más delirantes que las que denuncia. Dejemos las creencias religiosas como algo personal y centrémonos en las creencias que harán de nuestro mundo algo mejor de lo que es. Creo que la religió debe ser combativo cuando es un obstáculo para el libre pensamiento y para ua sociedad más justa. El resto, considerarlo como una opción personal y respetable.