También otras sirven para delatar las grandezas de sus autores, tristeza y sobre todo melancolía. Están las grandes frases de motivación para la guerra o el crimen.
El mundo de las frases hechas, si son felices y si provocan alguna emoción memorable, lleva a decidir diferentes posibilidades de estados de ánimo que justifican un examen sino cuidadoso, al menos, ponderado.
Hay sentencias que parecen elaboradas por la eternidad misma.
Otras devienen sangrantes, perforadas, de una magnitud y una intensidad que parecen extraídas no del tiempo y de la experiencia sino de la terrible candela.
Las más son juiciosas, luminosas, extrañas, decisivas, arrogantes, siniestras y hasta pluscuamperfectas las hay, escasas.
Quien dijera, como lo dijo, que “el diluvio fue un fracaso porque quedó un hombre” parece injusto porque él no quedó solo.
La rígida sentencia, más que un lamento, reclama probablemente, el humor, que es lo justo y algo que vive reclamando el mundo.
Y más que el anhelar mármol lapidario, reitera una preocupación muy extendida sobre los hechos humanos en esta tierra, algunos de ellos decididamente vergonzantes para esta patética condición terrenal y única.
Ahora, si lo que procuraba el autor era sentirse demasiado honesto u ocurrente, como lo fue, de veras que resultó exitoso.
Esa oración, que olvida deliberadamente a la mujer, deja en su de venir, en su discurrir cortante, un cierto sabor a amargura trágica.
Aparte de que para bien o para mal y según aquél mito bíblico, quedó en pie una ejemplar familia, consagrada y apadrinada por todo lo Alto.
(Una cuestión metodológico-escritural en el libro sagrado de los cristianos es la que más conlleva errores de interpretación:
Es aquella que junta los hechos como si se produjeran, en el relato bíblico en una concatenación de escenas y de escenarios que operan como castigos divinos cuando en realidad se trata al parecer de acontecimientos que tuvieron décadas y cientos de años de separación en el tiempo.
No son dramas narrados por capítulos sucesivos los castigos del cielo pero si se les junta, como las llamadas siete plagas de Egipto, narradas en el Antiguo Testamento, algunas de las cuales son en realidad, bajo demostración científica, hechos naturales como explosiones volcánicas, terremotos, tormentas.
Pero narrados de manera que coincida con el canon bíblico, sí se les puede sentir como tales castigos).
Otro dilatado orador no fue menos sentencioso y casi hiriente.
Este se atrevió a proclamar enigmáticamente y como un acróbata de la palabra, que si no hubiera mujeres los hombres “vivirían como dioses”.
Lo que quiso dejar sobreentendido, herido al parecer por una de esas comunes crueldades femeninas, no aparece perfeccionado por la reflexión profunda que demanda la sorprendente frase sino por la casi imposibilidad de vivir como dioses y por la más difícil aún, la de vivir sin la mujer.
Otro, más atrevido pero significativamente mejor documentado, declara que ¨ una madre se toma veinte años para hacer de un niño un hombre y a otra mujer le bastan veinte minutos para convertirlo en un tonto”
En realidad, para que un hombre adquiera esa condición por la fragante magia de una mujer no necesita más que unos cuantos segundos.
Se atribuye a Dalí haber dicho que “el hombre no sólo no procede del mono sino que se va acercando a él”.
De haber sido su autor el artista español o cualquiera que lo haya dicho profirió un imperdonable insulto contra el mono.
Este no fabrica, por ejemplo, mentiras para invadir países y aniquilar inocentes, no elabora bombas nucleares, no se guerrea con sus congéneres usando armas de fuego, no asesina por gusto, no contamina ciudades y campos ni mares ni territorios.
No mata a los suyos para producir un superávit de combustibles en su territorio porque, para fortuna de todos, no lo necesita para vivir.
El hombre ha hecho del confort un ritual, una religión un estado del alma, un hábito pernicioso que lo va derrotando y aniquilando, lo va tornando rutinario, acomodaticio y nada, obviamente, heroico, como necesitaría serlo.
En el colmo del júbilo, un tal George Colman describe como una lástima que sólo los solteros sepan cómo gobernar a una mujer.
Esa idea remite en realidad a la imposibilidad de lograr esa hazaña.
Los solteros apenas aprenden a gobernarse por sí mismo, cuando lo aprenden.
Los hay que se pasan la vida en ese esfuerzo inútil.
De donde Colman extrajo esa sentencia rara, esa media verdad que talvez sólo llega a un cuarto (oscuro) es todo un misterio, una frase acomodaticia, un impetuoso y loable esfuerzo por quedar bien con su público.
La siguiente parece haberla elaborado el ambiguo Lao-Tsé, fragante, de una sabiduría exquisita pero difícil en el más puro estilo oriental.