Gobernar subvencionando a los más débiles y protegiendo los privilegios de los más ricos es una forma segura de reelegirse. Se evitan, por lo menos en parte, las algaradas populares y se comparten las ventajas del dinero grande. (Está claro que es mucho más divertido compartir ese lado de la vida que el otro.) Pero a la larga, viene el problema de la clase media. Ese grupo medio aburrido y que se acomoda tan fácilmente. Ese que no forma parte ni de "los ricos y famosos" ni de los "frentes de lucha", ni son héroes anónimos de los barrios más barrios y los campos más duros. Ese grupo sostiene con sus impuestos la vida nacional, con sus modestas o atrevidas aventuras empresariales da solidez a la economía, con sus proyectos familiares, con su ordenada vida laboral y su esforzada jornada dibuja el futuro de un país. Y ese grupo empieza a estar realmente preocupado. Porque ya no puede ahorrar, ya no cree que sus hijos vivirán mejor, y hace malabares para cosas tan simples como pagar la factura de la luz o pagar el colegio. Y la clase media se pregunta quién está pensando en ella. Tanto decirle que es la clave de la estabilidad, el sostén del desarrollo, que una gran clase media es la garantía de la paz. Tantos piropos, tantas exigencias... para nada. La clase media empieza a pensar que le han tomado el pelo. Que está aquí para sostener la situación que permite a los gobernantes sacar ventajas a la pobreza y a la riqueza. Y los del medio, mirando.
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