Mirar hacia el cielo tiene algunos inconvenientes prácticos. Se cuenta que Tales de Mileto miraba a menudo las estrellas; preocupado por encontrar el origen de las cosas, tropezaba continuamente; los criados tenían que ayudar a levantar del suelo al famoso sabio. En su entusiasmo por conocer los astros, Tales de Mileto no miraba dónde ponía el pie… sobre la tierra. Estas anécdotas las narra Aristóteles, quien las conoció a través de cronistas antiguos.
Los hombres de todas las épocas han mirado las estrellas sobrecogidos por un sentimiento de pequeñez. ¿De dónde vienen los cuerpos celestes? ¿Esta tierra que pisamos, es el único lugar habitado del universo? ¿Habrá otra clase de seres pensantes en algún rincón de las galaxias? Muchas personas suspenden un momento sus afanes laborales, intrigas políticas, ambiciones de “riqueza y fama”, para hacerse estas preguntas inútiles. Durante mucho tiempo los científicos nos han dicho que el planeta tierra es un lugar privilegiado del universo. Su órbita no está demasiado lejos del sol, ni demasiado cerca; nos llega la radiación de la luz; pero no nos quema el calor.
Nos informan también de que la tierra está protegida por una “coraza magnética” que desvía la radiactividad del “viento solar”. Las partículas radiactivas procedentes del sol nos alcanzan en forma oblicua. Por todos estos “datos y razonamientos” están convencidos de que en el Sistema Solar no hay otro planeta que albergue vida inteligente.
Pero “el mundo da sorpresas”, afirman “personas mayores”. Se ha descubierto que en las profundidades del mar existen organismos que no necesitan de la luz solar ni del oxígeno, “ni de cualquier otra cosa en general asociada con la vida”. No dependen de la fotosíntesis sino de una misteriosa quimiosíntesis. En lechos hondísimos del océano se realizan exploraciones con ayuda de un submarino especial llamado “Alvin”; y han descubierto “chimeneas”, huecos entre montañas sumergidas, que expulsan calor hasta de 400 grados Celsius, que pudieran utilizarse como fuentes de energía. Encontraron gusanos que viven con 78 grados más de temperatura en la cabeza que en la cola. Frío y calor extremos, al mismo tiempo: dos asuntos trastornadores para la biología. Son formas de vida inexplicables, encontradas en la tierra, no en el cielo.