Monday, November 9, 2009

Arte de coser palabras.-

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX

El escritor coloca unas palabras al lado de otras; y las cose con el hilo delgado de la coherencia o del sentido; construye así una “superficie verbal plana”. El lector, engañado, estima que el texto tiene tres dimensiones. Ese es el prodigio de la literatura: crear una trampa para los ojos y el pensamiento. En forma parecida, los albañiles acomodan baldosas en el suelo hasta “ensamblar” superficies niveladas, transitables, uniformes. El escritor es un tejedor que aplica puntadas con dos agujetas: el razonamiento y la emoción. Al final, nos entrega una tela capaz de arroparnos enteramente.

Los hombres prácticos, dotados de “espíritu científico”, no pueden creer que poner una palabra detrás de otra conduzca a ninguna parte. Aseguran que las palabras no tienen vida propia. Piensan que el “contenido” de los artículos económicos “lo determina” el movimiento de las bolsas, el precio del petróleo. Las palabras no son “independientes” de los sucesos. Sin embargo, el “demente sentencioso” de la ciudad colonial afirmaba: “si usted vocifera malas palabras en la boca de un pozo, el eco retumba y las malas palabras suben y bajan, como si fueran repetidas por tenores y barítonos. La tierra mantiene calientes las voces, lo mismo que lava dentro de los volcanes”. El demente también hizo experimentos exitosos con “palabras decentes”.

Mi madre me explicó desde niño que no tenía igual valor el trabajadísimo bordado a mano que el simple bordado a máquina. Las enseñanzas maternas perduran hasta la vejez. Leche materna, lengua materna, son influencias decisivas en la vida de los hombres. Antes los escritores colocaban “a mano” las palabras sobre el papel. Eran escritos hechos con pluma. A las imprentas se entregaban “manuscritos”. Después, la máquina de escribir obligó a los escritores a “tocar las teclas”. De todas maneras, el escrito seguía haciéndose “a mano”. Había que poner una palabra junto a la otra.

Cuando leí “La conciencia y la máquina”, de Roman Ikonicoff, comencé a interesarme en la historia de la “inteligencia artificial”, el conjunto de técnicas que nos condujo a la computadora actual. El arte de coser palabras es un “arte manual”. Si inventáramos una máquina de coser palabras: una “Singer” sintáctica ¿podría surgir una literatura automática artificial?