Todos nos hemos enamorado de una forma u otra do, hemos probado el dulce sabor del amor, pero la verdad es que, últimamente, me duele saber que hasta vamos perdiendo el color de las cosas. El valor de una flor, la inocencia de un beso se desvanecen... y me duele porque siento que esas historias de película que a todos nos gustan (aunque los “machos” digan que no, que es cursi, que eso no existe, que es una novela ficticia) han tenido una magia que hemos dejado acabar.
Me he quedado con la servilleta de papel, que tal vez alguien en algún momento, mientras conversábamos, nada más, creó para mí. Me quedé con las rosas rojas, nada importadas, ni traídas de Holanda, sostengo esas flores que no tenían un exceso de estética, pero que decían tanto y que desnudaron mi sonrisa, cuando llegaron una mañana, sin ninguna razón especial, sino porque él quería decirme que no tenía que llegar San Valentín ni Navidad ni mucho menos mi cumpleaños para demostrarme lo especial que soy. Aún sigo tejiendo un amor, que se agota y desbarata con el tiempo y me duele saber que se ha perdido tanto.
Visualizo a pocos jóvenes en los estacionamientos abriendo puertas a las damas. En mis sueños faltan las historias de los enamorados que caminan en el parque y se besan y son “aparentemente” felices, en mis pensamientos se abundan las ideas de lo que era capaz de hacer un hombre por una mujer cuando se encontraba enamorado. Intentaré creer que soy yo la que no he sido afortunada y reconoceré que estoy equivocada, que ahí afuera hay relaciones que mueven montañas, que un beso es capaz de dar respiración a un cuerpo que va muriendo por la deslealtad, por la falta de honestidad. Terminaré de escribir y archivaré en la pupila de mis ojos un bello relato de amor y pasión para olvidar que en esta tierra de caballeros y amantes se va perdiendo el amor, se va perdiendo la paz, se va perdiendo todo.