Terribles hechos que envuelven menores de edad convocan a la sociedad dominicana a modificar su normativa penal, procesal penal y del menor, como buscando en textos fríos el origen de nuestra iniquidad social, con la idea de que la fiebre está en las sábanas.
Se plantea endurecer las penas y olvidar garantías y derechos que, por lo menos en la forma, contienen las normas mencionadas. Y digo que las contienen solo en la forma, por que la nueva normativa empezó aplicándose correctamente pero hoy el sistema está más conservador que antes, pero eso es arena de otro costal.
Los niños, en principio, imitan lo que ven mientras van creciendo y formando su carácter, habrá excepciones, pero ellos darán lo que reciben y de eso la normativa no es culpable, sino su entorno y los responsables de esto.
Las penas duras no son, necesariamente, un disuasivo para los ciudadanos. En sociedades donde se aplica la pena de muerte para ciertos delitos, como en algunos estados de los Estados Unidos de Norteamérica, no disminuye solo por esto el índice de criminalidad para los mismos.
Antes los paradigmas eran el anciano respetado por todos, el señor que con mucho esfuerzo tenía un negocio en el barrio, el vecino que salía temprano a trabajar en una fábrica, o aquél que iba a estudiar a la universidad.
Hoy los modelos a seguir han cambiado: El dinero fácil conseguido con el narcotráfico o la violencia, el político corrupto o corruptor que no puede justificar sus bienes y no es tocado por la justicia, el policía o militar con apartamentos, fincas, amantes y un largo etcétera de complicidad e injusticia social.
Pero que no se hable de eso: dejemos las cosas como están en ese sentido, con un silencio encubridor, digamos que todo está bien, así no caerá ningún santo del altar, echémosle la culpa a la normativa y modifiquémosla, pero dudo que tengamos con esto mejores niños y un mejor país mañana.
Sigamos vendiendo la idea de que modificando los códigos para endurecer su contenido se solucionaran los problemas.
Bien, cambiemos los códigos, pero si seguimos invirtiendo una ínfima parte del presupuesto nacional en educación, no tendremos mejores y más educados niños mañana alejados del crimen.
Modifiquemos los códigos, elevemos las penas a cuarenta o cincuenta años o mejor aún cadena perpetua, y dejemos las cárceles siendo pequeños mundos de corrupción, donde reina el dinero, la droga y la violencia, con la complicidad militar-policial y civil, en las que no hay esperanza de regeneración, y con solo esto no tendremos mejores niños.
Seamos duros con los que van como acusados a la justicia, que normalmente son “los nadie” para usar la frase de Eduardo Galeano, y dejemos nuestros barrios hacinados y sin servicios públicos, ni siquiera los básicos, y eso solo no asegura que tengamos mañana niños saludables y alejados del crimen.
Modifiquemos los códigos y dejemos lo demás igual y con eso no solucionamos el problema, es más, probablemente habremos empezado por el final.