Toda aspiración o propósito de mejoría de la sociedad, lo más aconsejable es que comience por la niñez, la etapa de la vida humana decisiva para formar al futuro ciudadano. Ahí comienza todo lo que será esa persona en su adultez.
Un resultado esencial de la educación es la exaltación en el individuo de la capacidad para convivencia con los otros seres humanos. Nada novedoso ha de resultar, en consecuencia, que justifica absolutamente todo acto, toda idea, todo plan, todo sueño orientados el logro de la necesaria educación de calidad para nuestros niños y niñas.
Y en consecuencia, deberá ser bien acogida la propuesta de que la literatura infantil contribuya a fomentar en los niños una cultura de paz, esto no obstante a que el fin esencial la literatura, es otro, muy diferente a instruir, a catequizar, adoctrinar o aleccionar.
Bueno sería precisar, o quizá recordar, que la paz no es sólo lo opuesto al enfrentamiento bélico, es decir que la ausencia de paz no implica necesariamente una conflagración entre naciones, sino que el propio ser humano confronta a menudo situaciones hostiles consigo mismo, con el entorno o con la sociedad misma.
No puede vivir en paz, ni vive en paz, un niño en cuyo hogar falta comida, agua o electricidad. Ni tampoco vivirá en paz el niño que dispone de estos bienes pero sus padres no le ofrecen suficiente cariño y atención.
Me parece que preparar a niños y niñas para una cultura de paz sería contribuir a liberarlo de hostilidades originadas en las situaciones antes referidas.
La función principal de la literatura infantil es divertir, pero será innegable que un texto literario, al tiempo que provoca el placer estético, contribuya a desarrollar en los pequeños valores dignos de ser alojados en los espíritus nobles.
Que la literatura, al tiempo que deleita a los niños despierte en ellos el amor a la libertad y los enseñe a valorar el conocimiento como lo que es: una inmensa riqueza, siempre procedente.