Thursday, April 8, 2010

La pornografía del sufrimiento...

Black Agenda Report

Traducido del ingles para Rebelión por Mariola y Jesús María García Pedradas

La mentalidad americana parece encontrarse irremediablemente enraizada en las alcantarillas, fuertemente receptiva a historias de violación y bestialismo pero supremamente indiferente a los hechos básicos de la vida y la historia. El actual genocidio en Congo es tan poco conocido como el anterior holocausto del país, a manos de los belgas, hace más de un siglo.

“Los informes sobre violaciones en Congo han recibido más atención de los medios que cualquier otro aspecto de la triste historia de ese país.”


Nada excita tanto la imaginación de los americanos como las morbosas historias de perversiones sexuales entre los negros. Los medios corporativos se abalanzan sobre cualquier informe sobre asaltos sexuales cometidos por personas negras con un particular placer. La escena del delito puede ser Darfur, Congo o Haití, pero las historias siempre crean un relato de africanos animalistas y dan la impresión que grupos enteros de personas no deberían considerarse seres humanos.

Un titular de Asociated Press clamaba que pequeños de dos años habían sido violados en los campos de tiendas de campaña haitianos, por los supervivientes del terremoto. El artículo recordaba a otras historias de violaciones infantiles, que luego resultaron ser relatos apócrifos, en el Super Dome de Nueva Orleáns después del huracán Katrina.

No es necesario mencionar que los delitos sexuales se encuentran entre los peores actos de violencia que pueden ser cometidas por una persona contra otra. Tampoco hace falta decir que es un delito que se comete en todo el mundo. Niños de dos años también son violados en EEUU. Un rápido vistazo a los registros policiales nos puede contar a menudo esta terrible historia. Los perpetradores de violencia contra mujeres y niños indefensos no están confinados a ningún lugar o grupo racial en concreto.

Los informes sobre violaciones en Congo han recibido más atención de los medios que cualquier otro aspecto de la triste historia de ese país. El genocidio belga de ocho millones de congoleses hace cien años es uno de los secretos mejor guardados de la historia. Sólo un estudio a fondo, El fantasma del rey Leopoldo, ha sido publicado en inglés. En él se documentan los asesinatos, torturas, amputaciones y un sinnúmero de asaltos sexuales perpetrados contra el pueblo del Congo. La continuada explotación occidental de este país y la sangre en las manos de los estadounidenses y europeos ricos raramente se menciona.

“El artículo recordaba a otras historias de violaciones infantiles, que luego resultaron ser relatos apócrifos, en el Super Dome de Nueva Orleáns después del huracán Katrina”


También existe insuficiente información sobre los delitos sexuales cometidos contra mujeres enroladas en el ejército estadounidense. Una de cada tres soldados femeninas sufrirán alguna clase de asalto sexual, comparado con el porcentaje de una de cada seis en la vida civil. Al mismo tiempo que este país continua su inexorable adoración por su poderío militar, son silenciados los riesgos a que deben enfrentarse las mujeres que sirven en sus filas.

Las agresiones sexuales son endémicas entre la población reclusa, y EEUU tiene un mayor porcentaje de personas encarceladas dentro de sus fronteras que cualquier otro país en el mundo. Si los medios están realmente interesados en incrementar la concienciación pública sobre este horror, no deberían ir a Congo o Haití para hacerlo.

Incluso mientras se hacía evidente la lluvia de generosidad privada en respuesta al terremoto de Haití, se vertieron las más negativas y deshumanizadoras afirmaciones sobre la gente de esta nación. El vergonzoso comentario de Pat Robertson sobre que los haitianos habían hecho un pacto con el demonio fue objeto de burlas pero esto apenas cambió lo que se asume popularmente sobre los haitianos o cualquier otro pueblo negro en general. La misma gente que donará en respuesta a un telemaratón de celebridades para ayudar a Haití será también la primera en creer lo peor sobre sus gentes. Las respuestas de algunos lectores del periódico de tendencia liberal, Huffington Post, llamaban “animales” a todos los haitianos, abogando por la pena de muerte o la ocupación indefinida por parte de EEUU. Pocos lectores hicieron el intento de reconocer que las mismas maldades se perpetran aquí mismo, o se molestaron en hacer la conexión entre el crimen en Haití y la continuada subversión estadounidense de la democracia y su apoyo a los elementos más violentos en esa sociedad.

“El vergonzoso comentario de Pat Robertson sobre que los haitianos habían hecho un pacto con el demonio fue objeto de burlas pero esto apenas cambió lo que se asume popularmente sobre los haitianos.”


Decididamente, la historia completa de Haití debería contarse. La historia completa significa que no solo se debería informar de las violaciones, sino también de los 100 años de saqueo del Tesoro de Haití por parte de Francia. El continuo apoyo de EEUU a las clases depredadoras debería explicarse también. En ausencia de una información veraz, el horrible titular sólo lleva a la creencia en la superioridad blanca, la inferioridad negra y, en última instancia, al odio de los negros hacía sí mismos.

La mentalidad de “si hay sangre atrae” tan querida por los medios se vuelve una extraña pornografía, la cual permite que arraigue una fascinación enfermiza por los sucesos trágicos. Si los negros sangran a manos de otros negros, la pornografía del sufrimiento se vuelve una forma de perpetuar los estereotipos y nada más.

Es fácil y natural sentirse indignado al escuchar acerca de actos violentos. Es más duro hacer la transición a preguntarse cuestiones más duras sobre esas historias de las noticias, sobre el papel que juegan los medios y sobre las acciones de nuestros gobiernos que hacen este sufrimiento posible e, incluso, inevitable. Cuando la próxima historia sobre atrocidades haitianas aparezca impresa, lucha contra el impulso del subidón insano. En vez de ello, toma la resolución de dejar de contar o reírte de bromas sobre violaciones en prisión, y empieza a preguntar cuestiones difíciles cuando los medios alimentan los peores, los más racistas estereotipos de todos.