El Rey Salomón, hijo del Rey David, en el Eclesiastés dice: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo de callar y su tiempo de hablar”
De manera que con el predicado de esta cita bíblica y en orden al derecho, me toca tomar la palabra para poner en su puesto a la intranquila damita ávida de protagonismo y no sé que mas.
Me inicio con la pregunta que, al menos, todos los dominicanos pueden contestar: ¿Cuál ha sido el negocio más rentable y generoso en nuestro país durante los últimos cincuenta años? Fácil: el “Martirologio”. ¡Víctima de la tiranía! Entre la retahíla de privilegios consta el conveniente “borrón y cuenta nueva” es decir transmutarse automáticamente en vacas sagradas.
Otra de las asumidas prerrogativas es el derecho de calumniar y desbocarse con cuantas barrabasadas y vilipendios desearen, en la seguridad de que nadie osaría refutar sus maldades por gozar de la misma imaginaria impunidad.
Este es el caso de la inquieta Pilar Awad Báez. Claro que es nobleza de todo buen hijo enaltecer la memoria de sus progenitores resaltando sus bondades y virtudes y todos aquellos dones que ejemplarizan y elevan la dignidad humana. Pero, dejarse arrastrar de la soberbia y en claro ímpetu de engreimiento embestir con una prefabricada descarga de afrentas y calumnias contra terceros, es fórmula equivocada y contraproducente. Es comedia que pone en entredicho el verdadero propósito de su autor.
Hurgar en el pasado para difamar reputaciones o ultimar caracteres en una aventura de alto riesgo y sólo una sobredosis de atrevimiento puede inducir a una persona a creerse dotada de valores absolutos como para señalar “la paja en el ojo ajeno” y “tirar la primera piedra”. La prudencia recuerda que cuando señalamos con el dedo índice, otros tres dedos están señalando hacia nosotros mismos.
Responder a una insidiosa campaña emanada de una mente trastornada como parece ser el caso de esta alucinada damita. No es lo más recomendable, pero el respeto al lector obliga, a veces, al esclarecimiento de los distorsionados hechos. Hablar de cartas imaginarias es una falta de respeto a sus interlocutores, es burla. Desprestigiar las experiencias vividas por personas honorables, señores de intachable reputación, por el hecho de contradecir la versión de su libreto, es frescura, maldad, estafa. Estos testimonios fueron ofrecidos espontáneamente al poder judicial y a la prensa dominicana en el año 1998, es decir, cuarenta años después de terminada la Era de Trujillo.
Cuando escribí “Trujillo mi padre”, debido a su singular trascendencia, lo quise confiar únicamente a mi humilde intelecto. Procuré que su documentación fuese absolutamente fiel a la verdad de los hechos, puesto que estaría llamado a enaltecer la memoria de mi inolvidable padre, proyectándola en su justa dimensión histórica. Es por ello que tomé todo el tiempo necesario; ya que además, intrínsecamente, constituiría una obra respetuosa y seria de valor y entereza histórico-cultural para usufructo del pueblo dominicano.
Este es el subcapítulo que escribí en mi libro:
Pilar Báez
La calumnia es un arma vil a la que acuden aquellos que más que nada son dignos de lástima. Víctimas de la envidia y la codicia, sin reparo mancillan el honor y la honra a la que todo ser humano tiene derecho. Es un instrumento diabólico, de irreversible maldad. ¿Cómo restituir el buen nombre después de tirársele en el fango? ¡Que grave es la culpa del calumniador!
Pero más grave aun cuando se acude a ella morbosa y sistemáticamente para la consecución de privilegios deméritos. Es perversidad en grado superlativo.
Pilar Báez y yo nos conocíamos en el colegio, no era de mis amigas más cercanas, pero nos veíamos de vez en cuando; nuestro acercamiento surgió, a raíz de que, nuestros respectivos novios, eran militares. Además, Pilar era hija de la señora Aída Perelló y del señor Miguel Angel Báez Díaz, cortesano y persona que desde siempre se movía alrededor de mi papá.
Yo llegué a tenerle mucha estimación. Cuando Ramfis me llamó para que fuera a visitarlo a Los Angeles, en California, yo estaba ya casada, y ella en los preparativos de su casamiento con Jean, por lo que me pareció buena idea que Pilar viniera con nosotros, ya que este viaje prometía ser muy divertido y a la vez le serviría para comprar algunas cosas personales para su ajuar de casamiento. Por las tardes salíamos de compra y recuerdo que en una de esos paseos, Pilar vio un traje de bodas que le encantó, y me satisfizo sobremanera hacerle ese aporte para sus nupcias.
Algún tiempo después de nuestro regreso, el 1 de junio de 1958, fue su noche de boda, con el teniente Jean Awad Canaán, mi papá y mi mamá fueron los padrinos de la ceremonia nupcial. Estuvimos todos muy contentos.
El coronel León Estévez, mi primer esposo, era Director de la Escuela de Cadetes “Batalla de las Carreras”, y desde esa posición solicitó y obtuvo el traslado del teniente Jean Awad, para que viniera del Ejército, a prestar servicios en la academia, donde, como era natural, integraría el círculo de allegados del señor León.
Una noche, teníamos una celebración en mi casa que si mal no recuerdo era la fiesta de bienvenida que le ofrecí a mi hermano Ramfis, con la presencia de mis padres. En algún momento Pilar me hizo un comentario, no creo que con malicia, pero me contó que Jean le había dicho que, él creía, que (----) era “homosexual” refiriéndose a unos de los oficiales del pequeño círculo del coronel León. No me hizo gracia, puesto que el oficial en referencia era un oficial muy correcto y competente. Unos días después, le hice mención de este comentario al Sr. León, y a decir verdad que me sorprendió la forma airada en que reaccionó, se molestó muchísimo, y lleno de ira me dijo:
“Pilar es una chismosa, y no quiero tener más trato cercano con ella. Voy a trasladar a Jean a la frontera de castigo, que pase un tiempo por allá, para que se le quite la costumbre de comentar con su esposa las cosas inherentes a su trabajo”.
Algunos meses después me llamó Marinita Boyrie, para darme la noticia de que Pilar había venido de la frontera para dar a luz, y que no había sobrevivido al parto, pero que la niña se había salvado. Esta noticia nos consternó a todos, de tal manera, que la recuerdo como una de las pocas veces en que vi a mi padre con lágrimas en los ojos, su padre y el mío habían sido como hermanos. A mí, particularmente, me impresionó muchísimo, pues yo le guardaba mucho cariño y porque yo llevaba en mi vientre una criaturita en gestación que al nacer nombré María de los Ángeles.
Mis padres, mi ex esposo y muchos miembros de nuestra familia asistieron al funeral, el 7 de febrero de 1960. Pero pidieron que en vista del avanzado estado de mi embarazo, no debiera exponerme a esas emociones tan fuertes. De manera que permanecí en casa. Cuando regresaron, mi papá le dijo a mi mamá que esperaba que yo no tuviera más hijos porque: “Cuando ella entra a una sala de parto yo me muero”.
Un par de días después, fui donde los padres de Pilar a expresarle mi profundo pesar. Doña Aída y otros familiares que estaban allí, como siempre, se mostraron tan felices y contentos de verme, así como yo de estar entre ellos, aunque a todos nos embargaba una pena muy grande.
La relación con la familia Báez no tenía razón para sufrir menoscabo, don Miguel Angel Báez mantenía una relación tan estrecha con mi progenitor que sabía sus pasos, lo que le permitió asegurarles, a los conjurados, aquella noche del 30 de mayo, que mi papá, aunque retrasado, iría a San Cristóbal por la autopista.
Miguel Angel Báez Díaz durante toda la era de Trujillo, gravitó alrededor de mi papá. Ahora, a cambio de todas las dignidades y prebendas recibidas le pagaba con la infamante traición.
En todas partes la abertura por donde entran los Héroes Nacionales, es una puerta estrecha, estrechita; pero en mi país la tuvieron que hacer un portón grande y luego tumbar la pared, para que cupieran todos.
Como es sabido, nosotros después del asesinato de mi padre nos fuimos a residir al continente europeo, y allá nos enteramos de que en el país se había lanzado un rumor de que Pilar había muerto porque mi papá, mi mamá o yo, la habíamos mandado a matar. Perjurio incalificable, una calumnia oficiosa, inmoral y perversa; servirse del dolor y el luto, de la muerte de una hija, en condiciones tan trágicas, y explotar esa desgracia, usándola como peldaño para escalar vanaglorias, en el nuevo bosquejo político del país.
Jamás pudieron presentar ninguna evidencia, puesto que no podía existir prueba alguna. Ninguno de nosotros conocía al médico que la trataba, yo no conocía a nadie de esa clínica, ni siquiera sabía que Pilar estaba para dar a luz. Tampoco teníamos motivos para desearle ningún mal a ella, todo lo contrario. La estimábamos mucho y yo particularmente siempre tuve para ella mis mejores deseos.
Todos en mi país saben que los veinte y un años que viví en mi querida tierra dominicana, los pasé en un plano muy por encima de esas bajezas humanas. El amor de mis padres y de mis amistades, me hicieron sentir siempre muy feliz: “yo vivía en un mundo de fantasías” y jamás tuve que usar, ni siquiera palabras hirientes contra nadie.
El periódico digital Hoy de fecha 26 de enero del año 2008, titula, en una de sus páginas, “Mueren cuatro madres en un solo día en la Maternidad de la Altagracia”. El artículo es extenso y muy triste. Yo no creo que esas estadísticas alcanzaran esos niveles en tiempos de mi padre, pero es innegable que esas desgracias han sido siempre muy frecuentes en el país. Claro, el caso de Pilar tuvo más resonancia debido la posición de su padre en el gobierno. Y en las fotos siempre él estaba cerca de mi padre.
Para esclarecer la verdad, en este infortunado caso, el conocido periodista Víctor Grimaldi, visitó en su consultorio al Dr. Jordi Brossa, quien desde el año 1951 había sido Director de la Clínica Abreu donde ocurrió el deceso de Pilar. En la entrevista efectuada hace ya varios años, el doctor Brossa habla de sus actividades contra el gobierno desde los años treinta. Dice el doctor que en 1947, cuando regresaba al país después de hacer su especialidad médica en los Estados Unidos, recibió de manos de su cuñado Edmundo Taveras, una serie de documentos subversivos que trajo en sus bolsillos. Tenían instrucciones expresas para realizar actos de sabotajes, en apoyo al frustrado desembarco de Cayo Confites.
En su relato el doctor Brossa dice que pertenecía al grupo de Luis Manuel Baquero, Jeanny Vicini y Donald Reid Cabral, activo en la conspiración que culminó con el asesinato de mi papá. En consecuencia sería una temeridad pensar que este señor se prestara a ejecutar y encubrir lo que sería una acción tan delicada y comprometedora para cualquier gobierno. Igualmente juzga totalmente honesto al ginecólogo Dr. Simpson, que tenía la responsabilidad del parto agregando:
“Yo estaba presente en la operación del parto. Ese fue un caso de una complicación clínica, una hemorragia que no fue posible detener. ¿Pero dicen que Angelita, Doña María o Trujillo tuvieron algo que ver en eso?- Preguntó Grimaldi. Nada de eso es cierto, absolutamente falso. ¿Pero dicen que una enfermera le puso una inyección que la mató, y luego se desapareció? No, eso es falso, acuérdese señor Grimaldi que en época de Trujillo, si alguien se moría en un accidente y hasta de muerte natural, se decía que había sido el gobierno, o que la mano de Trujillo estaba en eso, para desacreditarlo.”
Esta familia Báez, después de haber disfrutado una vida de privilegios, a lo largo de todo el gobierno de mi padre, buscaban ahora entrar, con un boleto falso, al ámbito de las “victimas de la tiranía”. ¡Oportunismo vulgar y desvergonzado!
Afortunadamente, cuando las críticas atañen a mi persona si son constructivas y bien intencionadas, me conducen a una linda y provechosa reflexión. Por el contrario, si son insidiosas y perniciosas, que antes solían molestarme; hoy, los que así proceden sólo me inspiran lástima y compasión, porque si de la abundancia del corazón habla la boca, que otra cosa pudieran inspirar quienes cargan semejante lastre en sus entrañas.
Por escrúpulos de discreción y delicadeza no voy a articular lo que al fin y al cabo corresponde al beneficiario graciosamente decir. Sostengo el criterio de que la amistad entre Pilar Báez y yo, fue sincera y desinteresada; tengo la seguridad de que Pilar avergonzada hubiese desaprobado tanto la calumniosa acusación como la traición con que su padre le pagó al mío.
Naturalmente que todas estas cosas ocurrían en pleno apogeo del desafortunado Consejo de Estado y no se nos daba acceso a la prensa antagónica de la época. En consecuencia no teníamos medios como responder ni defendernos de cuantas barbaridades se publicaban. Pero una cosa es cierta, nadie tiene que defenderse de las calumnias, ellas actúan como un bumerán. Que lo sepan los que creen que impunemente se pueden servir de ella. ¡No es así!
Transcurrió el tiempo, hasta que un día cayó en mis manos el libro “El Destino Dominicano” del laureado escritor John Bartlow Martin, quien fue Embajador de los Estados Unidos en el país en los años 1962-1964. El señor Embajador escribe en su obra lo que me limito a transcribir a continuación:
“Un investigador proporcionó el siguiente relato sobre Miguel Angel Báez Díaz, otro primo de Juan Tomás Díaz: según el propio Miguel Angel Báez Díaz, Trujillo le había oído decir a uno de sus consejeros, en presencia de Díaz, que este no se interesaba por los asuntos de Estado sino únicamente en la bebida y las mujeres, Trujillo se había reído y rogado a Díaz que le presentase alguna de sus mujeres. Este le presentó una de las que tenía, y a Trujillo le había gustado la muchacha y se había quedado con ella. A Díaz le molestó esto. Años más tarde Trujillo criticó a Díaz duramente delante de sus amigos, diciendo que estaba harto de que los padres se quejasen de que Díaz les quitaba las hijas y luego las abandonaba. Más tarde, la propia hija de Díaz se había convertido en la querida de Trujillo; cuando Trujillo se cansó de ella, hizo que un teniente aviador se casase con ella y ella murió descorazonada.”
El doctor Joaquín Balaguer, en su libro “Cortesano de la era de Trujillo” cuando describe la personalidad de Miguel Angel Báez, escribe, aunque veladamente, queriendo significar algo parecido. Sin embargo, yo personalmente, no le doy crédito a nada de eso, pero sí creo que la calumnia persigue al calumniador hasta la misma tumba.
Jean Awad Canaán
El día 30 de noviembre de 1960, el Tte. Jean Awad Canaán, murió a consecuencia de un accidente automovilístico que sufriera en un paraje llamado Juanito, en San Juan de la Maguana. Alrededor de esta desgracia se suscitó una avalancha de aviesas especulaciones, en vista de lo cual el señor Emilio Ludovino Fernández, ex coronel, Consultor Jurídico de Ejército y ex canciller de la República, consideró que era su deber exponer algunos conocimientos que arrojarían luz al politizado y tergiversado suceso. La oportunidad la tuvo en ocasión de escribir un artículo titulado “Por mi respeto a la verdad”, con el cual contribuía a la sección de “Recuperación histórica” de la escritora Angela Peña del periódico Hoy.
El artículo fechado el 20 de octubre de 1998, narra de sus experiencias junto a su hermano, el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez durante la revolución constitucionalista de abril. Al igual como se expresara el Doctor Jordy Brossa, en el segmento anterior, el Lic. Fernández en el referido artículo dice: “Si alguien que contaba moría de manera violenta, ya fuera amigo o enemigo, lo que aseguraban los adversarios era que lo mató Trujillo. Los accidentes de cualquier naturaleza como tales estaban descartados. Lo mismo sucedía con los crímenes personales. Sé bien de lo que estoy hablando ya que el asesinato de mi padre también se le quiso atribuir al Generalísimo Trujillo”
Cuando el periodista Víctor Grimaldi, concluyó su entrevista con el doctor Jordy Brossa, transcrita en el segmento anterior, invitó para una entrevista al Licenciado Lorenzo Sención Silverio superviviente del accidente en que murió el Tte. Jean Awad Canaán. El periódico “Hoy” de igual modo publicó una entrevista similar que vamos a reproducir. Pero antes me voy a permitir citar un párrafo, que con respecto a este tema escribió en el año 1966 el escritor Robert D. Crassweller en su libro “Trujillo”. En las páginas 373-374 escribe el periodista:
“El señor León Estévez comenzaba a exhibir fama de “Playboy” y Angelita, aunque dejase de exhibir tan públicamente sus debilidades, continuó con sus caprichos en privado. Uno de estos tuvo un desenlace trágico. Ella y Estévez eran íntimos amigos de un funcionario del Gobierno
llamado Awoud pero en Angelita la relación se transformó en una pasión. Trujillo se enteró de esto, y un día Awoud fue hallado muerto en su automóvil, a consecuencia de lo que se pretendió hacer pasar por un accidente. Su esposa, también íntima amiga de Angelita, apareció muerta junto a él”.
Viene Pag. anterior
Es inconcebible que alguien se preste a escribir semejante imbecilidad. El señor Crassweller no acertó en nada de lo que ha dicho en el citado párrafo. No es que me agrade el papel de víctima, no nací para eso; pero por muy venal que pudiera ser una pluma, se espera que al menos por respeto al lector trate de guardar tan siquiera las apariencias de autenticidad.
No es que vaya a canonizar al señor León, pero es la primera vez que se le alude con el calificativo de “Playboy”
1.- El señor Canaán no era funcionario público, sino oficial de las Fuerzas Armadas, 2do Tte. Asignado al Centro de Enseñanza.
2.- Su nombre no era “Awoud” sino “Awad”
3.- El Teniente Jean Awad Canaán no fue encontrado muerto en su carro, sino que murió víctima de un accidente en una carretera muy lejos de la capital. Jean era el conductor con el agravante de haberse excedido de copas y de correr a exceso de velocidad.
4.- Pilar Báez, no apareció muerta junto a su esposo en el carro. La muerte de ella ocurrió en el mes de febrero de 1960 mientras que la muerte de Jean ocurrió casi un año después, el 30 de noviembre de 1960.
5.- Pilar Báez no muere en condiciones misteriosas, sino como consecuencia de un caso clínico, como lo explica el Dr. Brossa en el segmento anterior.
Me imagino que el día en que el señor Crassweller escribió esa desinformación, no estaba ni siquiera en condiciones de manejar su vehículo, porque además de ilegal, es muy peligroso conducir en ese estado.
Yo por mi parte, no tengo espacio ni tiempo, ni tampoco es el propósito de esta obra desmentir, refutar la miríada de relatos surrealistas y dislates que componen el libro del señor Crassweller; relatos que existieron únicamente en la mente del escritor y en la de los dos señores dominicanos que lo asesoraron.
Vamos ahora a leer la historia real y verdadera del infortunado incidente. Antes de pasar al relato, vamos a ver quién es el señor Lorenzo Sanción Silverio. Como cité anteriormente, era uno de los que acompañaban en el vehículo, al Tte. Jean Awad Canaán el día del fatídico accidente.
En el año 1956 ingresó a la Academia Militar Batalla de las Carreras como Cadete; en 1959 se graduó y obtuvo el rango de 2do Tte. Al cabo de ocho meses, fue trasladado a la Infantería del Ejército Nacional a prestar servicios en San Juan de la Maguana. Durante la Revolución estuvo con las Fuerzas Constitucionalistas. Más tarde al graduarse de la Universidad estableció una firma de Auditores Consultores, y fungió también como Profesor de la APEC.
“Hace cuatro meses, el licenciado Lorenzo Sención Silverio sufrió un infarto al cerebelo, del cual aun se recupera. Es hipertenso y diabético y el mismo da cuenta de que se sintió muy cerca de la muerte”.
El pasado 12 de julio leyó en HOY un reportaje firmado por Angela Peña de la serie relacionada con los nombres de las calles de Santo Domingo, en la cual familiares del héroe nacional Miguel Báez Díaz atribuyen a ejecución de órdenes del antiguo coronel Luis José León Estévez la muerte del teniente Jean Awad Canaán.
Ya Sención Silverio había visto que una periodista pasó un video donde decía que había sido un accidente simulado (la muerte del teniente Awad Canaán) y en otras publicaciones se ha dicho lo mismo.
Sención Silverio hablando de motu proprio se remonta a ese 30 de noviembre, 1960, en que muere el teniente Awad Canaán al chocar un camión el vehículo que conducía y califica de accidente el suceso por el simple hecho de que él, Sanción Silverio, junto a dos personas más viajaban con el joven oficial.
Expresa que en el vehículo también viajaban el primer teniente odontólogo Pedro Rodríguez Botello y el señor Manolo Valenzuela, hoy presta servicios en la Superintendencia de Seguros. Sanción Silverio indica que sólo Valenzuela resultó ileso en el accidente.
“Fue un accidente, no fue un asesinato político planificado por miembro alguno de la familia Trujillo o por determinado personero del régimen”, añadió.
El teniente Awad tenía como tarea en el Centro de Enseñanza, detectar valores deportivos, especialmente peloteros en el país para incorporarlos al equipo de la institución.
El día 30 de noviembre de 1960 amanecimos nosotros de servicio en la fortaleza San Luis de San Juan de la Maguana, cuando llegó de la capital el teniente Jean Awad Canaán en un station vagón Zephir, y que había viajado a esa ciudad a buscar al joven Valenzuela. Cuando lo requirió, más o menos a las ocho y treinta de la mañana se le informó que Valenzuela no estaba en San Juan de la Maguana, que había viajado a las Matas de Farfán a vender unas sillas de montar que hacía su hermano que era talabartero.
Jean nos pidió al doctor Rodríguez Botello y a mí que lo acompañáramos a Las Matas de Farfán a contactar al señor Valenzuela. Pedimos permiso al Coronel Montás Guerrero, subcomandante de la brigada y nos fuimos a Las Matas de Farfán. Cuando llegamos nos dijeron que Valenzuela no estaba en Las Matas, sino en Padre Las Casas. En el camino cuando regresábamos Jean nos había dicho que la noche anterior había dormido sólo tres horas, porque estaba en una fiesta.
Regresamos a San Juan y sin informar nada al Coronel Montás seguimos para Padre las Casas a buscar a Valenzuela. Llegado allí eran aproximadamente las 11:00, investigamos y éste había viajado a un campo de Padre las Casas. Jean contactó a un señor de un caballo, para que fuera a buscarlo; mientras tanto, nosotros nos sentamos en un bar que había frente al parque del pueblo y nos pusimos a beber tragos, almorzamos y estuvimos ahí hasta las 5:00 de la tarde.
Estuvimos un momento en el play y regresamos al bar. En ese momento llegó el señor Valenzuela y nos dispusimos a regresar a San Juan de la Maguana donde nos quedaríamos el doctor Botello y yo que prestábamos servicios en ese comando. Al regresar, en la carretera, hacia San Juan de la Maguana, en un lugar llamado Guanito, entre seis y siete de la noche, horario que los campesinos llaman el “claricuro” porque ni está claro ni está oscuro; Jean que iba manejando se estrelló contra un camión Mercedes Benz, cargado de habichuelas que estaba estacionado a la derecha del paseo de la carretera en vía contraria.
El chofer del camión se encontraba en una casa cercana donde tenía unos amigos, según nos informaron después. El camión estaba parado, fue el vehículo en que viajábamos el que se estrelló contra él, ocasionando un accidente real y no como se ha dicho provocado, o que se cometió un asesinato contra el teniente Awad Canaán. El camión estaba parado a su derecha y Jean venía en vía contraria, cruzó la carretera y chocó el camión en la goma izquierda. Habíamos tomado bastante y presumo que se durmió.
En el accidente, el doctor Botello, que iba en el asiento delantero derecho, sufrió fracturas de costillas y clavículas y diversos golpes en el cuerpo. Nosotros que íbamos en el asiento trasero, en el lado derecho, sufrimos fractura del hueso de la nariz y del brazo izquierdo, así como múltiples golpes en el cuerpo. Valenzuela que iba a mi lado, fue la única persona ilesa.
Fuimos trasladados al hospital de San Juan de la Maguana donde nos atendieron; al día siguiente llegó una comisión integrada por el coronel Alfonso León Estévez y el Ortopédico Simón Hoffiz quienes recomend2aron que era conveniente que permaneciéramos unos días allí antes de trasladarnos a la capital. Nos dejaron internos tres o cuatro días y nos trasladaron al hospital Marión, de la capital. Recuerdo que el doctor Felipe Herrera nos atendió en el hospital de San Juan de la Maguana. Cuando estaba en el hospital le pregunté qué había pasado con Jean que no lo veía y me dijo que había muerto y que estaba en la morgue del hospital.
Mi buen amigo, y periodista Raúl Pérez (el Bacho), me dijo que la hija de Jean quería oír mi versión de los hechos, puesto que durante toda su vida le habían dicho que sus padres habían sido asesinados por la tiranía de los Trujillo. Él concertó la entrevista y le hice saber que eso no era cierto. Le conté toda la historia, muy triste, muy lamentable, pero esa es la realidad. Y creo que quedó conforme con el relato de los hechos que le hice.”
En cuanto al señor Miguel Angel Báez Díaz, su abuelo, no le conocía mucho, nunca lo vi en mi casa, pues mi madre, de un carácter muy selectivo, jamás abría las puertas de su casa a los funcionarios lisonjeros cuyos excesivos halagos a mi padre se confundían con oficiosos rendibúes. Por cuanto en mi libro transcribí la descripción que de este personaje hace el doctor Joaquín Balaguer en su libro “Cortesano de la era de Trujillo”.
Esto dice el Presidente Balaguer: “Yo estaba consciente de su intimidad con Trujillo. Durante varios años le vi siempre cerca del Jefe, como llamábamos todos a Trujillo, y eran pocos los que hablaban con él con tanta desenvoltura. Había evidentemente entre Trujillo y Miguel Báez Díaz una intimidad que se prolongó por más de 30 años. La aproximación entre Trujillo y Báez Díaz no se limitó a las cosas oficiales. Había mucho en ella que desbordaba del ajetreo burocrático para invadir el terreno de las expansiones sentimentales. Asuntos de negocios, y aun otros de índole familiar, surgían a menudo en esas conversaciones”.
Ante este incuestionable relato de los hechos. ¿Por qué no se escandaliza la traviesa damita y arremete contra el doctor Jordi Brossa, director de la clínica quien junto al Dr. Simpson, Ginecólogo, asistieron a Pilar en el desafortunado parto? o ¿Por qué no embiste contra el Licenciado Sención que junto al doctor Botello y al pelotero Valenzuela sobrevivió el infortunado accidente en que murió Jean? Todos ellos con sus testimonios deshacen la sarta de ficciones con que por tantos años se ha servido esta familia.
¿Por qué la despistada damita no arremete contra el embajador John Bartlow Martin quien en su libro “El Destino Dominicano” relata que su madre fue querida de mi padre? ¿Por qué no la emprende contra el Dr. Balaguer que igualmente, en su libro “Cortesano de la Era de Trujillo” incinera y pulveriza la moral de su abuelo?
¡Nada de eso, porque acusar a Angelita es rentable, es un nutriente que sostiene y da fortaleza dentro del lucrativo martirologio del antitrujillismo en que ha vivido esta ingrata familia!
Acabo de enterarme de las emotivas declaraciones de la pobrecita hija de Pilar y casi me seco las lágrimas y me pregunto: ¿Cómo aliviar pena tan grande? ¿Tal vez otros 23 años por Europa en el cuerpo consular?