Por Carmen Imbert Brugal
... El acantilado , la roca donde se despeinan las olas. Esa humedad de salitre, la oquedad del caracol, el molusco. La sonrisa de la negra que se menea cuando las congas retumban y el sudor de percusión le resbala por los hombros. Fíjate bien, Tina, sólo la apacigua el saxo cuando se mete por cualquier huequito. Baila como ella, Tina. No te detengas.
Tú eres la tarde cayendo, esa sombra tornasolada que trae silencio para encender la noche y perfumarla con el ilang ilang de los bares, con esas luces rojas que transportan caricias o se las roban si se quedan debajo del mantel cuando mis manos caminan por tus muslos erizados. Y continúas, sonriéndole al mozo para despistarlo, como si él no supiera lo que está pasando y te respetara y ratificara que las señoras no sienten ni padecen, ni las acarician, ni las manosean, ni las arrastran o las sabrosean o pierden la compostura para responder a los guiños de la carne, a las musarañas del gusto.
Eres la tentación mordiendo el deseo, el deslumbramiento de día y de noche, pesadilla de ganas que moja sábanas, calzoncillos, toallas, sillones. Mi pozo de la dicha, mi tibio y profundo refugio. Tina, Tina, para bañarme, Tina con pretina no es sentina. Tina de Cristina por cristiana, la que tiene el pensamiento claro y lo debes tener más que nunca o para siempre. Tina, atina o desatina o se destina o se elimina.
Eres mi alazán, mi atarraya, mi chinchorro, mi fruta en sazón, mi ámbar, mi piedra volcánica, mi larimar, mi cariñito azucarado, mi verde que te quiero verde. Puedes escribir, conmigo, los versos más tristes esta noche y tiritan azules los astros a lo lejos y yo te quiero a veces y tú también, porque nada es de nadie si otro lo ansía. Y por eso te llevé a la calle de la Veracruz, calle que nunca fue mi calle, pero puede ser mi casa, o mi familia o mi mujer o yo.
Espera, Tina, que aún la nave del olvido no ha partido y no tienes que elegir entre tu mar y mi amor porque no tienes mar, ni conoces las espumas viajeras. El mar es mío y tú lo sabes y esto no es amor, ni hubo ayer, ni dichas pasajeras. Esto es un día, un veinticuatro horas, un presente que estás aprendiendo a repetir, una y otra vez, hasta que puedas, hasta que el cuerpo aguante. Porque aquí lo repetimos todos, con más o menos suerte, con más o menos dinero.
No habrá nunca despedida. Tampoco niebla del riachuelo amarrada a un recuerdo, ni yo sigo esperando, ni he vuelto. Me quedo. No te devuelvo ninguna promesa de adorarte, que no te he hecho. Te adoro ahora, en este instante, queriéndote así, viendo como gozas, como gritas, como te mueves, como, en lugar de olvidarme, olvidas. Si te vas es porque yo quiero que te vayas, pero ya di la media vuelta para estar contigo hoy, hoy. Me quieres a pesar de lo que dices, lo dices por decir. No lo crees, ni crees que lo estás diciendo.
Mira el norte, mira eso. ¿Cuándo ha sido tuyo tanto azul? ¿Cuándo tanta agua te perteneció? Mira al sur, míralo ahora y mírame. No te sacudas la arena, ni la sal, ni tanta calcárea circunstancia metida entre tus piernas, entre mis manos, en mi boca. Yo no te prometí un jardín de rosas, no te prometí nada, absolutamente nada.
Colaboración de YESL.-
... El acantilado , la roca donde se despeinan las olas. Esa humedad de salitre, la oquedad del caracol, el molusco. La sonrisa de la negra que se menea cuando las congas retumban y el sudor de percusión le resbala por los hombros. Fíjate bien, Tina, sólo la apacigua el saxo cuando se mete por cualquier huequito. Baila como ella, Tina. No te detengas.
Tú eres la tarde cayendo, esa sombra tornasolada que trae silencio para encender la noche y perfumarla con el ilang ilang de los bares, con esas luces rojas que transportan caricias o se las roban si se quedan debajo del mantel cuando mis manos caminan por tus muslos erizados. Y continúas, sonriéndole al mozo para despistarlo, como si él no supiera lo que está pasando y te respetara y ratificara que las señoras no sienten ni padecen, ni las acarician, ni las manosean, ni las arrastran o las sabrosean o pierden la compostura para responder a los guiños de la carne, a las musarañas del gusto.
Eres la tentación mordiendo el deseo, el deslumbramiento de día y de noche, pesadilla de ganas que moja sábanas, calzoncillos, toallas, sillones. Mi pozo de la dicha, mi tibio y profundo refugio. Tina, Tina, para bañarme, Tina con pretina no es sentina. Tina de Cristina por cristiana, la que tiene el pensamiento claro y lo debes tener más que nunca o para siempre. Tina, atina o desatina o se destina o se elimina.
Eres mi alazán, mi atarraya, mi chinchorro, mi fruta en sazón, mi ámbar, mi piedra volcánica, mi larimar, mi cariñito azucarado, mi verde que te quiero verde. Puedes escribir, conmigo, los versos más tristes esta noche y tiritan azules los astros a lo lejos y yo te quiero a veces y tú también, porque nada es de nadie si otro lo ansía. Y por eso te llevé a la calle de la Veracruz, calle que nunca fue mi calle, pero puede ser mi casa, o mi familia o mi mujer o yo.
Espera, Tina, que aún la nave del olvido no ha partido y no tienes que elegir entre tu mar y mi amor porque no tienes mar, ni conoces las espumas viajeras. El mar es mío y tú lo sabes y esto no es amor, ni hubo ayer, ni dichas pasajeras. Esto es un día, un veinticuatro horas, un presente que estás aprendiendo a repetir, una y otra vez, hasta que puedas, hasta que el cuerpo aguante. Porque aquí lo repetimos todos, con más o menos suerte, con más o menos dinero.
No habrá nunca despedida. Tampoco niebla del riachuelo amarrada a un recuerdo, ni yo sigo esperando, ni he vuelto. Me quedo. No te devuelvo ninguna promesa de adorarte, que no te he hecho. Te adoro ahora, en este instante, queriéndote así, viendo como gozas, como gritas, como te mueves, como, en lugar de olvidarme, olvidas. Si te vas es porque yo quiero que te vayas, pero ya di la media vuelta para estar contigo hoy, hoy. Me quieres a pesar de lo que dices, lo dices por decir. No lo crees, ni crees que lo estás diciendo.
Mira el norte, mira eso. ¿Cuándo ha sido tuyo tanto azul? ¿Cuándo tanta agua te perteneció? Mira al sur, míralo ahora y mírame. No te sacudas la arena, ni la sal, ni tanta calcárea circunstancia metida entre tus piernas, entre mis manos, en mi boca. Yo no te prometí un jardín de rosas, no te prometí nada, absolutamente nada.
Colaboración de YESL.-