Escrito por: Koldo
Si Al Qaeda, por ejemplo, hiciera estallar hoy en el mundo cien camiones cargados de explosivos matando a 17.000 personas ¿alguien duda de que esa sería la noticia que recogieran mañana en sus titulares todos los periódicos? No habría espacio en los medios para nada que no fuera la muerte de esas 17.000 personas. A través de los medios asistiríamos una y otra vez a las imágenes del horror, nos aprenderíamos de memoria los nombres de las víctimas, guardaríamos todos los minutos de silencio, mostraríamos toda nuestra enérgica repulsa clamando al cielo porque nunca volviera a repetirse tan terrible atentado. Seis torres gemelas destruidas.
Pues bien, cuando termine el día de hoy habrán muerto 17.000 personas en el mundo, sólo que no a manos de una perversa organización terrorista sino a causa del hambre que impone el bendito mercado, auxiliado de algunos estados, fondos monetarios y bancos mundiales, como pretexto que garantice nuestro modo de vida.
Esos miles de muertos no serán noticia, no tendrán cabida en ninguna primera página, no sabremos que han muerto.
Y el problema es que mañana también morirán otros 17.000 seres humanos por la misma causa, con la misma impunidad y en igual silencio. El capitalismo, la más repulsiva lacra humana que se haya podido crear, el más nauseabundo de todos los terrores, los mata todos los días.
Un medio de comunicación que se diga apegado a la verdad, que asuma con rigor su responsabilidad de informarnos de lo que pasa en el mundo, ya debería tener preparados sus titulares de mañana denunciando la muerte de esas 17.000 personas, a las que habría que sumar el millón y medio de niños muertos al año, según reportaba Naciones Unidas, por carecer de agua o beber agua contaminada por los vertidos de un mercado que no parece dispuesto a reducir el frenesí del negocio ante semejantes menudencias. El supuesto progreso, en cuyo nombre se perpetra el crimen, no sólo nos mata sino que, además, nos niega.
Y la excusa, la más socorrida coartada para que los medios de comunicación nos escondan la diaria matanza es que, precisamente, por ocurrir todos los días, nunca son noticia esos 17 mil cadáveres.
Por la misma razón tampoco ha tenido mayor despliegue en los medios de comunicación el descubrimiento de una fosa común en la democrática Colombia, esa que dice Miguel Bosé tiene “dos cojones”, con dos mil cadáveres de campesinos asesinados por paramilitares y el Ejército. Cierto que era la mayor fosa descubierta pero son decenas las que ya se han hallado y las que aún faltan por descubrir.
Por ello tampoco es noticia el asesinato de miles de sindicalistas en ese mismo país, o el diario asesinato de opositores en Honduras, o la guerra que el narcotráfico arraigado en estados que le sirven de amparo, han convertido a México en una maldición. Como no es noticia que democracias europeas que se tienen por paradigma de virtudes apelen a la tortura con generosa insistencia e impunidad; que se les pierdan los disidentes por las morgues o que pongan en la calle a los escasos delincuentes a los que se tuvo la desfachatez de someter a la justicia.
Si Al Qaeda, por ejemplo, hiciera estallar hoy en el mundo cien camiones cargados de explosivos matando a 17.000 personas ¿alguien duda de que esa sería la noticia que recogieran mañana en sus titulares todos los periódicos? No habría espacio en los medios para nada que no fuera la muerte de esas 17.000 personas. A través de los medios asistiríamos una y otra vez a las imágenes del horror, nos aprenderíamos de memoria los nombres de las víctimas, guardaríamos todos los minutos de silencio, mostraríamos toda nuestra enérgica repulsa clamando al cielo porque nunca volviera a repetirse tan terrible atentado. Seis torres gemelas destruidas.
Pues bien, cuando termine el día de hoy habrán muerto 17.000 personas en el mundo, sólo que no a manos de una perversa organización terrorista sino a causa del hambre que impone el bendito mercado, auxiliado de algunos estados, fondos monetarios y bancos mundiales, como pretexto que garantice nuestro modo de vida.
Esos miles de muertos no serán noticia, no tendrán cabida en ninguna primera página, no sabremos que han muerto.
Y el problema es que mañana también morirán otros 17.000 seres humanos por la misma causa, con la misma impunidad y en igual silencio. El capitalismo, la más repulsiva lacra humana que se haya podido crear, el más nauseabundo de todos los terrores, los mata todos los días.
Un medio de comunicación que se diga apegado a la verdad, que asuma con rigor su responsabilidad de informarnos de lo que pasa en el mundo, ya debería tener preparados sus titulares de mañana denunciando la muerte de esas 17.000 personas, a las que habría que sumar el millón y medio de niños muertos al año, según reportaba Naciones Unidas, por carecer de agua o beber agua contaminada por los vertidos de un mercado que no parece dispuesto a reducir el frenesí del negocio ante semejantes menudencias. El supuesto progreso, en cuyo nombre se perpetra el crimen, no sólo nos mata sino que, además, nos niega.
Y la excusa, la más socorrida coartada para que los medios de comunicación nos escondan la diaria matanza es que, precisamente, por ocurrir todos los días, nunca son noticia esos 17 mil cadáveres.
Por la misma razón tampoco ha tenido mayor despliegue en los medios de comunicación el descubrimiento de una fosa común en la democrática Colombia, esa que dice Miguel Bosé tiene “dos cojones”, con dos mil cadáveres de campesinos asesinados por paramilitares y el Ejército. Cierto que era la mayor fosa descubierta pero son decenas las que ya se han hallado y las que aún faltan por descubrir.
Por ello tampoco es noticia el asesinato de miles de sindicalistas en ese mismo país, o el diario asesinato de opositores en Honduras, o la guerra que el narcotráfico arraigado en estados que le sirven de amparo, han convertido a México en una maldición. Como no es noticia que democracias europeas que se tienen por paradigma de virtudes apelen a la tortura con generosa insistencia e impunidad; que se les pierdan los disidentes por las morgues o que pongan en la calle a los escasos delincuentes a los que se tuvo la desfachatez de someter a la justicia.