Wednesday, January 13, 2010

Con el miedo (y la culpa) en el cuerpo:



COPenhague. La policía antidisturbios intenta expulsar a un grupo de manifestantes dentro del área de seguridad que rodea el Bella centre. Fotografía: Peter Dejong/AP

Tras pasar 21 días en prisión, Juan López de Uralde, director de Greenpeace España, ha declarado en sus comparecencias ante diversos medios de comunicación su sorpresa por la reacción desproporcionada de la policía danesa durante la Cumbre de Copenhague el pasado mes de diciembre. Uralde afirma que con los activistas detenidos se ha querido dar ejemplo para amedrentar al resto. Como él, muchos otros se han preguntado cómo es posible que un Estado tan democrático y desarrollado como Dinamarca haya desplegado semejante intervención policial, que ha incluido tácticas como la de mantener a centenares de personas detenidas a la intemperie durante horas. Hay que ver qué corta es la memoria y cómo funcionan los estereotipos nacionales. Parece que tampoco acaba de comprenderse bien cómo funciona la gubernamentalidad neoliberal en Europa (incluyendo España). No podemos aislar el caso Uralde de casos aparentemente inconexos como el de Egunkaria (comparativamente más grave), la criminalización de la inmigración o la última inflación de la amenaza Al Qaeda.

En el autoproclamado "mundo libre", la contundencia policial no es nueva. No en España, desde luego. Pero tampoco en Francia (recuerden la CRS), o en Italia, Alemania o Grecia. Lo mismo podría aplicarse a la policía en Estados Unidos, con su especial interés por los negros y los hispanos.

En el caso danés, país donde se supone que "estas cosas no pasan", hay que tener en cuenta el fuerte viraje hacia la derecha por parte del conjunto de la clase política desde mediados de los años ochenta, época en la que el pastor luterano Søren Krarup (una suerte de Le Pen local), con sus soflamas ultraderechistas, comenzara a normalizar el racismo y la xenofobia en el discurso político dominante. Para cuando se produjo la crisis de las caricaturas de Mahoma del diario conservador Jyllands-Posten, la opinión que más se difundió fue la de que las libertades estaban siendo amenazadas por el Islam. En realidad, lo más apropiado hubiera sido compararlas con las caricaturas antisemitas de la Alemania de los años 1930, una analogía que incomoda a algunos liberales de hoy (sobre todo a los socialdemócratas), aunque ciertamente no molestaría a los del período de entreguerras.

La gestión policial, cada vez más sofisticada, de las movilizaciones populares no es algo privativo de Dinamarca, sino algo generalizado en el llamado mundo desarrollado. El ciclo -parece que ya agotado- de las revueltas alterglobalizadoras comenzó simbólicamente con la fuerte represión policial de Seattle (1999), continuó con las infiltraciones policiales en las contracumbres, los disparos de Goteborg y la muerte de Giuliani en Genova en 2001, y concluyó con otro muerto (Ian Tomlison) el pasado año en Londres, durante la Cumbre del G-20. Mientras tanto, hemos asistido a una explosión de la videovigilancia, del desarrollo de bases de datos transnacionales, del control de la circulación intraeuropea (Schengen y sus suspensiones selectivas), a la ampliación a conveniencia del concepto de "terrorismo" y a la consiguiente proliferación de detenciones preventivas y arbitrarias. Dinamarca modificó su legislación poco antes de la Cumbre de Copenhague precisamente para poder detener a su antojo a cualquier persona no ya "peligrosa" sino molesta. Lo cual se inserta perfectamente en el llamado Programa de Estocolmo, consensuado por todos los Estados miembros de la Unión Europea.

Todo este despliegue (excepcional) forma parte de un dispositivo de gobierno (cotidiano) más amplio que pretende empobrecer nuestra subjetividad, de modo tal que cortocircuite toda posibilidad de revuelta políticamente transformadora. La gestión de los miedos -que incluye diversas variantes del racismo institucionalizado- se ha vuelto una función esencial del "mal gobierno" (por usar la expresión zapatista). Miedo al terrorismo, a ser acusado de terrorista, a perder el trabajo, a no volver a encontrar un empleo, al "declassement social" del que hablan los franceses.

Miedo y culpa. "La producción de culpabilidad", afirma Maurizio Lazzarato, "es un afecto estratégico del neoliberalismo" que está íntimamente vinculado al miedo. Hasta el punto de que en algunos casos es preciso aumentar la dosis de terror, como sucedió con las dictaduras neoliberales de la América del Sur, o recientemente en el Iraq ocupado. La tortura y el maltrato provocan en las persona afectadas -y a su entorno- dependencia y culpa. En los citados lugares la construcción de las "democracias" pasa por prolongar la gestión del miedo y la culpa por otros medios, fundamentalmente económicos y financieros. En Argentina, Toty Flores, ex obrero metalúrgico vinculado inicialmente al Movimiento de Trabajadores Desocupados (hoy diputado de Coalición Cívica, pero esa es otra historia), explicaba muy bien en 2002 esta relación al relatar el origen de los MTD durante los años noventa (los subrayados son míos):

"Uno de los primeros problemas que tuvieron que abordar los desocupados que deseaban cambiar su condición de excluidos, era la culpa. La culpa se metía en cada uno de los actos de la vida cotidiana. Siempre aparecerá en el desocupado la responsabilidad de no tener trabajo. Culpable de haberse quedado sin trabajo por distintos motivos. Desocupado por ser viejo, por joven sin experiencia, por ser mujer, por ser extranjero, por no haber estudiado lo suficiente, por ser estudiante. No se visualizaba que un grupo minoritario de invididuos que gobernaban el mundo había decidido dejar a la deriva a millones de personas. (...) Era la culpa la que impedía organizarse con otros para, entre todos, encontrarles solución a los problemas. Era la culpa la que permanentemente nos convencía de que "somos unos inútiles", que "no servimos para nada", que "sufrimos miseria porque queremos", con lo cual, la condición de excluído se instalaba en nuestra subjetividad y condicionaba todo nuestro accionar, en la vida personal y en la participación de cualquier grupo social, ya que el quiebre de la autoestima conspiraba contra la integración, en igualdad de condiciones, con los demás componentes del grupo. En las primeras reuniones del MTD, con recurrencia, aparecía este tema, y era tremendamente movilizador." (...) "El otro tema que aparecía muy fuerte era el del miedo, y no por casualidad, ya que el miedo a la represión de la dictadura era algo todavía no superado por la sociedad; luego se sumó el miedo a la hiperinflación y más tarde el miedo a la hiperdesocupación, jugando como elementos negativos en la subjetividad de los desocupados y atravesando toda su vida diaria."

Por el momento esta estrategia ha tenido gran éxito, todo hay que decirlo. A los miedos económicos cabe añadir la creciente consideración del ciudadano (o de determinadas categorías) como sospechoso. En el caso de Uralde y otros activistas, lo importante no es si es culpable o no (¿de qué?), sino que se prolongue el proceso, que persista la incertidumbre. Aunque hemos asistido a una explosión de la microconflictividad, el año III de la crisis económica se cerró sin grandes conmociones en Europa, salvo perturbaciones puntuales como Grecia, Islandia o Lituania que no se han extendido.Y algunos de los conflictos más graves se han producido entre los propios damnificados. La explosión de la indignación contra la banca y la clase política se ha conjurado con el fantasma del desempleo, descargando la culpa en objetivos fáciles (ZP) o en chivos expiatorios como los inmigrantes. Muchos en la izquierda siguen confiando en que las condiciones objetivas de la crisis económica traerán consigo los cambios soñados. Pero son las condiciones subjetivas las que deberíamos entender mejor.

Fuente:http://www.javierortiz.net/voz/samuel