Dejar el pesimismo y cambiar las frustraciones por esperanzas
La decepción de la política y de los políticos, de los gobernantes y los opositores, toma vuelo día tras día, hasta un nivel que para algunos no tiene retorno. Es que la corrupción ha arrasado con las expectativas y cada vez son más los dominicanos y dominicanas que añoran el viejo liderazgo que tantos querían ver superado. El pragmatismo, el negocio de la política y la política de los negocios están llegando a una repugnante vulgaridad.
Ese pragmatismo salvaje es el responsable de los niveles de corrupción del estamento político nacional, de la malversación de cada vez mayores proporciones del ingreso de este país tan pobre que todavía tiene un promedio educativo del séptimo grado de la primaria, donde la mayoría aún no tiene agua potable dentro de su vivienda, en alta proporción con piso de tierra y techo de zinc y yaguas.
Por ese pragmatismo todo el que llega al poder se convence de que la mejor inversión es aquella que se puede exhibir en obras materiales, razón por la cual estamos en los últimos escalones en cuanta medición de desarrollo humano se publica en el mundo, especialmente en educación, en malversación de los recursos públicos, en falta de transparencia y corrupción.
Esa vulgarización de la política transforma a muchos buenos ciudadanos y ciudadanas desde que deciden aspirar a un cargo público, y los convence de que el fin justifica los medios y hay que buscar dinero de donde sea, hipotecando su cabeza y su honor, abusando de los recursos del Estado o recurriendo a la lavandería de dinero ilícito. Porque hay que repartir para seguir degradando a las mayorías pobres, para mantenerlas inclinadas, arriesgando hasta la vida por una cajita paleadora del hambre de dos días.
Por ese terrible ejercicio político es que se multiplica la delincuencia en todas sus expresiones y cada vez más jóvenes tanto los muchachos pobres como los pobres encargados del orden público y la seguridad se convencen de que no hay razón para que ellos respeten las reglas del juego o se jueguen la vida cuidando de la sociedad de los satisfechos a cualquier precio.
Es lo que explica que el narcotráfico haya encontrado terreno tan fértil para crecer en todos los estamentos sociales y de manera tan alarmante en los aparatos de seguridad del Estado, creando la sensación de que estamos ante un derrotero tan inclinado que impide recuperar el equilibrio.
Ese pragmatismo asqueroso es lo que hace parecer utópico, iluso y hasta necio cualquier reclamo de cambio, de transparencia o de respeto a la ley y todo intento de organización social para promover el ejercicio de ciudadanía.
Tenemos urgencia de cambiar ese panorama, para que la mayoría de los jóvenes vuelva a soñar con un país viable y no quieran abandonarlo por cualquier medio. Hay que convencer a nuestros muchachos de que este es el único lugar del mundo donde no somos extranjeros. Es necesario incentivar los grupos juveniles que emergen proponiendo una sociedad mejor organizada y más acogedora, donde volvamos a acatar el imperio de la ley.
Ojalá que las reflexiones del año nuevo nos lleven a la convicción de que debemos y podemos revertir el deterioro, tomando tan en serio estos 360 próximos días, como si fueran los últimos que nos tocara vivir, sin darle tregua a la crisis, poniéndola en crisis abandonando el pesimismo y trocando las frustraciones en esperanzas de un país mejor donde deje de ser utópico el sembrar sueños de respeto a la institucionalidad democrática, de justo desarrollo humano y de ética social y política.