De Sergio Forcadell / 28 Abril 2009
Lo primero que hago, como tantos miles y miles de lectores en la mañana, es abrir el periódico y devorar con fruición la viñeta firmada por Harold para reír, sonreír, desternillarme, mondarme, llorar, maldecir, rabiar, patalear o comentar con familiares y amigos sobre los temas que aborda. Un desayuno de pura chispa que da ánimo para la dura jornada.
Uno se pregunta o debería preguntarse más a menudo: ¿Cómo en unos simples trazos y en un tan breve diálogo se puede decir tanto? Todo un problema, toda una historia, todo un suceso, caben holgados en tan pequeños recuadros. Es el misterio del humor. ¿Cómo se puede mantener ese nivel de calidad y diversidad día tras día, año tras año sin agotar la mente? Es el misterio del talento. Pero, sobre todo, hay que ser un genial y descarado caricaturista de la vida para ello, y Harold lo es.
Harold agarra la realidad sin miramientos y la hace jirones, les echa sal, pimienta, vinagre, o ácido de batería, si es necesario, y nos los sirve en bandeja de la manera más descarnada y sabrosa posible, ya sea en forma chistes al detalle o en historietas al por mayor. Y es que Harold no ve, sino que percibe. Harold no habla, sino que retrata. Harold no opina, sino que ironiza. Y además, lo hace de la manera más natural y peligrosa posible: entre risas, anécdotas y chistes sin fin, excelentemente contados. Claro, que material de inspiración no le falta, porque la torpeza de nuestros políticos, instituciones y personajes se encargan de cortarle la infinita leña que su fuego creativo necesita.
Compañeros de fatigas publicitarias en lejanos tiempos, y aunque no nos juntamos tan a menudo como deberíamos, puedo decir para quienes no lo conocen de manera cercana que Harold es un artista nato, genético, pues pinta, dibuja, ilustra, colorea, decora y expresa todo lo que tenga que ver con el arte con una facilidad asombrosa y una calidad incuestionable. No hay más que ver, o mejor dicho, admirar, su cuadro del Cristo - censurado en su tiempo juvenil- sus morenas, sus vitrales, sus trabajos de publicidad, para darse cuenta de su originalidad.
Hoy, y en justo pago tantos ratos divertidos que he pasado - y espero pasar - con sus criaturas Diógenes y Boquechivo, Matías y Berroa, Eloy, Doña Mármara y su Marido, me atrevo a brindarle en nombre de todos sus seguidores, estas líneas a manera de torpe caricatura escrita sobre su persona, además de enviarle un gran abrazo de amigo que abarca casi treinta años de admiración y afecto. Harold, te lo mereces.
Uno se pregunta o debería preguntarse más a menudo: ¿Cómo en unos simples trazos y en un tan breve diálogo se puede decir tanto? Todo un problema, toda una historia, todo un suceso, caben holgados en tan pequeños recuadros. Es el misterio del humor. ¿Cómo se puede mantener ese nivel de calidad y diversidad día tras día, año tras año sin agotar la mente? Es el misterio del talento. Pero, sobre todo, hay que ser un genial y descarado caricaturista de la vida para ello, y Harold lo es.
Harold agarra la realidad sin miramientos y la hace jirones, les echa sal, pimienta, vinagre, o ácido de batería, si es necesario, y nos los sirve en bandeja de la manera más descarnada y sabrosa posible, ya sea en forma chistes al detalle o en historietas al por mayor. Y es que Harold no ve, sino que percibe. Harold no habla, sino que retrata. Harold no opina, sino que ironiza. Y además, lo hace de la manera más natural y peligrosa posible: entre risas, anécdotas y chistes sin fin, excelentemente contados. Claro, que material de inspiración no le falta, porque la torpeza de nuestros políticos, instituciones y personajes se encargan de cortarle la infinita leña que su fuego creativo necesita.
Compañeros de fatigas publicitarias en lejanos tiempos, y aunque no nos juntamos tan a menudo como deberíamos, puedo decir para quienes no lo conocen de manera cercana que Harold es un artista nato, genético, pues pinta, dibuja, ilustra, colorea, decora y expresa todo lo que tenga que ver con el arte con una facilidad asombrosa y una calidad incuestionable. No hay más que ver, o mejor dicho, admirar, su cuadro del Cristo - censurado en su tiempo juvenil- sus morenas, sus vitrales, sus trabajos de publicidad, para darse cuenta de su originalidad.
Hoy, y en justo pago tantos ratos divertidos que he pasado - y espero pasar - con sus criaturas Diógenes y Boquechivo, Matías y Berroa, Eloy, Doña Mármara y su Marido, me atrevo a brindarle en nombre de todos sus seguidores, estas líneas a manera de torpe caricatura escrita sobre su persona, además de enviarle un gran abrazo de amigo que abarca casi treinta años de admiración y afecto. Harold, te lo mereces.