Al igual que tantos que sólo disponemos de nuestro criterio y memoria, también yo, un simple y común ciudadano, supe antes que algunos jefes de Estado y sesudos investigadores de Naciones Unidas, que en Iraq no había armas de destrucción masiva. Sin ser un experto en el campo de la salud, también supe, antes de que se enteraran algunos gobiernos y científicas eminencias, que las terribles pandemias gripales sólo existían en los medios de comunicación y en las boyantes arcas de las empresas farmacéuticas. Supe, igualmente, sin ser visionario y antes de que en el 2029 se desclasifiquen los documentos que lo prueben, que el magnicidio de John F. Kennedy no fue obra de un perturbado que actuaba solo y al servicio de nadie, pero reconozco que no sé si, como algunos afirman, el terremoto en Haití no fue natural, sino provocado. Un criminal experimento fallido que a sus autores se les fue de las manos y que, tal vez, equivocó la isla.
Lo que, sin embargo, sé y me consta, son dos hechos. El primero es que Estados Unidos hace años que viene desarrollando diversos proyectos científicos cuya aplicación militar no puede ni debe desdeñarse, como el Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia (HAARP), en instalaciones militares situadas en Gakona, Alaska. Según leo, el HAARP podría convertirse en la más sofisticada arma geofísica. Uno de los científicos responsables, Bernard Eastlund, ha asegurado que su invento podría controlar el clima y, en consecuencia, crear anomalías climatológicas. Estamos hablando del arma de destrucción masiva más terrible que se haya creado y que con sus cientos de millones de vatios y antenas se puede considerar como un verdadero “calefactor” de la alta atmósfera, capaz de producir una enorme ionización que intensificaría tormentas, prolongaría sequías o provocaría movimientos sísmicos en regiones enteras.
El segundo hecho es que el poder al que ayer George W. Bush y actualmente Obama prestan su rostro y maneras, esa banda terrorista que controla el mundo y su mercado, carece absolutamente de escrúpulos, que ha diseminado, lo sigue haciendo, el horror en todas sus formas posibles y que ha utilizado, sigue apelando a ellas, toda clase de armas, así fuese la guerra un buen pretexto o la paz la peor excusa.