Sunday, January 24, 2010

CONTRASTES:

De Ligia Minaya / Escritora

Leí en algún libro que, mientras le cortaban la cabeza a María Antonieta, unos pescadores a orillas del Sena hacían chistes, reían y pescaban alegremente como si nada pasara. Un hecho que cambiaría la historia de los franceses. Sin embargo, los dominicanos no hemos hecho nada parecido con la tragedia haitiana, al contrario, nos hemos volcado en solidaridad, hemos dejado a un lado los prejuicios que por tanto tiempo nos han separado de nuestros hermanos, hemos contribuido con todo, me cuentan que hasta una joven mujer recién parida dejó a su bebé en casa y salió a amantar a niños haitianos que estaban en un hospital dominicano. Y si eso no es solidaridad en grande, que venga Dios y lo vea.

En estos momentos, ahora más que nunca, me he sentido orgullosa de ser dominicana. De ver cómo un pueblo que tiene millones de problemas, los deja a un lado, y agarra lo que tiene a mano, poco o mucho, para enviarlo a sus hermanos geográficos. Los primeros en llegar fuimos nosotros, en facilitarles comida caliente y agua fresca, en preparar hospitales para curar a los enfermos, y todo sin tener las grandes posibilidades de los países grandes que se vieron obligados a utilizar nuestros aeropuertos, nuestras carreteras, nuestros medios de comunicación para llegar después. Por eso me enoja que parte de la prensa internacional diga que nos quedamos embobados, que hicimos poco. Ahí se ve muy claro que hay periodistas que por tener de qué escribir, dicen cualquier cosa, hasta una mentira del tamaño de una infamia.

Lo que debieran decir es que mientras los haitianos todavía mueren atrapados en el derrumbe y padecen de angustia, hambre y sed, una parte del mundo hace desfiles de moda, compra joyas, se reparten premios a películas y actores y fiestas donde se gastan millones de dólares y se habla vacuencias. Lo mismo que, según dicen, hicieron aquellos pescadores mientras la Historia de Francia de escribía con sangre, pero aquellos infelices no tenían conciencia de lo que estaba pasando. Y no es que todos nos echemos a llorar, pero por lo menos, digo yo, dejar por un momentos las fiestas, las fastuosidad, la vanidad asquerosa y poner el corazón a lado de los que sufren. Si así lo hicieran, de seguro el mundo sería más bueno y menos cruel.

Al leer esto dirán que yo estoy pensando en una utopía. De todas formas hay que arrimar también el corazón. Actuar como si la tragedia fuera nuestra. A mí ese contraste de lujo y vanidad por un lado y el dolor y el hambre por otro, me desborda. He estado paralizada en estos días, la tragedia de Haití me ha dejado de piedra, sin deseo de sonreír siquiera. Y que se deja la prensa extranjera de infamias contra los dominicanos. Somos lo que somos, gente buena, solidaria, que corre al llamado de un pueblo en desgracia. Pocos nos conocen tal y como somos. Muchos creen que tan solo somos de merengue, ron, bachata y playas. Y es verdad, así somos, pero por encima de todo tenemos un gran corazón que late a ritmo de quien nos necesita y ahora es Haití.

Muchos creen que tan solo somos de merengue,
ron, bachata y playas. Y es verdad, así somos, pero por encima de todo tenemos un gran corazón que late a ritmo de quien nos necesita y ahora es Haití.