Sunday, January 24, 2010

Harold, Heidegger y la libertad de expresión:

De Henry Striddels / 17 Agosto 2009, 01:02 AM

SANTO DOMINGO. Ahora que los vientos en contra del derecho a la queja y a la libertad de expresión soplan con fuerza, se me ocurre algo: ¿pueden alguna vez un humorista y un filósofo coincidir en algún punto? Claro, en lo filosófico. OK, pero ¿Cómo? Coinciden en el problema del preguntar y en tratar la esencia misma del ser-humano.

Por ejemplo, Martin Heidegger, uno de los filósofos más influyentes del siglo pasado ha mostrado en su ensayo de 1928, "¿Qué es Metafísica?" como el autor renuncia a definir el término, en aras de dilucidar una cuestión metafísica lo que al hacerlo lo "sumerge" en la metafísica misma (aquí, y en las citas siguientes uso la traducción de Zubiri, quien fue alumno de Heidegger en Friburgo).

El aporte de Heidegger es claro: el hecho de preguntar prácticamente responde la pregunta. Aunque inicialmente resulta un poco difícil de entender, lo que el autor trata de decir (entre otras cosas) es que al preguntar muchas veces ya estamos sugiriendo la respuesta. Es por ello, por ejemplo, que en las pruebas académicas el sólo hecho de familiarizarse con el estilo de preguntar mejora el puntaje en ellas.

En la pregunta, el humorista y el filósofo coinciden como sujetos-a-replantear-lo-real, o mejor dicho, a hacer filosofía. Mas aún, el hecho revela otro acuerdo: la pasión por el lenguaje. Ambos debaten el tema, parafraseando a Lacan, "haciendo pasar la pregunta por los desfiladeros de la palabra".

Veamos cómo Harold, a través de un chiste, puede hacer filosofía.

Umberto Eco, en "El Nombre de la Rosa" se resiente del desprecio que los sabios de la Edad Media tenían frente a la risa. No es para menos. La risa, como la filosofía, suele replantear la realidad en su sentido fuerte, pero de una manera terrible, poniendo de cabeza la misma realidad, lo cual para entonces, era el peor pecado que podía cometerse.

¿Por qué el chiste hace reír? Simplemente, porque es verdadero; pero la verdad no da risa. Bueno, depende, y depende de la situación en la cual la verdad se dice y cómo se dice para que el interlocutor entienda que lo dicho es verdad. En eso el chiste es tan poderoso como cualquier otro discurso filosófico: dice lo que tiene que decir, simple, directo y a tiempo. Este último elemento, lo temporal, que Heidegger se encargó definitivamente de enclasarlo en el discurso de lo real, no sólo es uno de los puntos de coincidencia entre el humorista y el filósofo, sino que también entronca decididamente con la característica esencial de la verdad: el ser dicha cuando hay que decirla.

Sin embargo, el humorista, a diferencia del filósofo, necesita expresar "otras razones que la razón no conoce" y para ello prepara la situación convenientemente.

Se dice comúnmente que hay gente que son más chistosas que otras y que saben hacer chistes que los demás no sabemos. Mucho de ese "saber" está precisamente en que la gente identifica el humorista, se prepara y espera que en cualquier momento aparezca el chiste. Al ver al cómico, entramos en la situación risible (posible de que haga reír). En el caso del humor gráfico, el estilo visual que se asume, es decir, la caricatura, ya plantea y exige una actitud del lector favorable para la risa.

Otro elemento más situacional aún, es cuando lo cómico como estilo de vida. Hemos sufrido tanto en el Caribe que ya nos reímos de nuestras miserias; el llanto lo hemos sustituido por la burla. La inversión de lo real por la desidia, el abuso y la depredación de la riqueza del país, nos deja con el único discurso posible: el chiste. Y aquí el humorista, en esta situación, encuentra la oportunidad que el filósofo no puede capitalizar.

La misma situación impone el estilo del chiste. Donde hay formalidad existe la lógica; donde hay caos aparece el chiste y lo cómico, arma blanca que degolla el discurso insensible de la represión social y la falta de libertad. Si vivimos en una sociedad donde impera lo absurdo y lo ridículo de manera exagerada, en el estilo del humorista primará lo absurdo, lo ridículo y la exageración.

Pero hay algo más: aún hay que pasar lo cómico "por los desfiladeros de la palabra". Y es aquí donde el humorista usurpa el lenguaje y lo retuerce en aras de la oportunidad: la verdad dicha directa, simple, y a tiempo. Ello es un "latigazo" ideológico que abre una válvula de escape en la conciencia del maltratado social: la gente se ríe.

En la viñeta que acompaña este artículo vemos un genial ejemplo de Harold Priego. Con una sorprendente economía de medios (dos frases en una sola caricatura) Harold replantea el discurso favorito de la moral victoriana del siglo XIX: la marginación de lo sexual, el no hablar del sexo. Fíjese que el giro retórico usado para hacer la pregunta de algo tan banal y cotidiano, hace que la misma pregunta envuelva un orden de hipocresía, ridiculez y en sí misma, una "seria" burla (ridiculizando) al interlocutor. El uso de la metáfora "ha dormido" insiste en mantener un discurso "puro, inmaculado y socialmente aceptado" para "hablar" del tema tabú: lo sexual.

La pregunta aún así es más perniciosa. No sólo evade la propiedad del uso del lenguaje sino que reprime el enunciado forzando a que la respuesta soslaye la pregunta. No solamente es un discurso que distrae, sino que fuerza a la no-respuesta, poniendo en práctica la ideología de la marginación. Es el contra-sentido por excelencia. Lo sexual, que es lo que se pregunta, no tiene cabida en la respuesta a lo preguntado. De lo que se pregunta no se puede hablar. Más allá de la pregunta, es la libertad de expresión misma, la que aquí está en juego.

Frente a esto, el humorista responde con la misma aparente ingenuidad que se hace la pregunta, pero ahora sacando la daga subversiva de la respuesta.

Aprovechando la oportunidad que le da la aberrada situación y a sabiendas que debe decir la verdad exactamente en el momento que aparece la angustia del lector (producto del lenguaje hipócrita y perverso), Harold ejecuta "la puñalada trapera" que crea el chiste devolviendo el contenido en el mismo estilo hipócrita y burlón: "No, Padre, aunque... quizás haya cabeceado un par de veces". Pero el veneno que lleva la respuesta es tan intenso que desborda lo racional. No solo la moral es replanteada, el lenguaje mismo en su esencia retórica es a su vez replanteado, y es ahí donde Harold entronca con Heidegger, en el asumir la pregunta como respuesta misma (la asume literalmente, y como en Heidegger, "trueca lo preguntado en su contrario") potenciando el efecto del chiste y corrigiendo el rumbo del discurso hacia el camino del cual nunca se debió haber apartado: el lenguaje sexual.

La frase "...haya cabeceado un par de veces..." es de gran contenido sexual (en este caso, fálico) y es como si se dijera, "no he tenido relaciones sexuales, pero he dado un 'queme' altamente genitalizado un par de veces". La hipocresía de la pregunta devuelve una respuesta igualmente hipócrita, burlona y subversiva al enfrentar el lenguaje metafórico con el lenguaje literal, destruyendo así la "mala fe" de la pregunta. La risa que sigue no es más que una prueba de la verdad en el chiste; es el resultado de la salida lingüísticamente gloriosa, que evita la trampa ideológica que la pregunta tiende: validar el tabú, y así coartar la libertad de expresión la cual es la esencia humana, la prueba misma de la existencia de Dios.

Un ejemplo magistral de cómo lo real se debate en la dialéctica de la pregunta y (siguiendo a Heidegger) su implícita respuesta. Humoristas convertidos a filósofos: a falta de pan... casabe; ya que no hay alguien que haga el trabajo, otros tienen que hacerlo. Como siempre, nunca tenemos lo que nos merecemos, aunque Harold es, en definitiva, la excepción. He ahí el drama del Caribe.

Henry Striddels es un psicólogo y publicista dominicano. Escríbale su opinión a kinetos@hotmail.com