Friday, December 11, 2009

“El cuerpo se dobla…”

Todavía no lo puedo creer. Luis Días se nos fue.

Esther Hernández Medina

Un ascensorista del tren 1 en Nueva York me dijo una vez que le gustaba mi sonrisa porque la sentía verdadera. Como hizo el comentario en tono paternal y no le vi mala intención, le pregunté que por qué. “Porque sonríes con los ojos”. Es de lo más hermoso que me han dicho. Luis Días también sonreía con los ojos. Sonreía y se iluminaba el salón con su sonrisa de picardía, de muchos años vividos, de muchas calles recorridas.

Y ahora lo extraño. Sé que puede ser simplemente egoísmo mío. No lo extraño siquiera como amiga porque no lo era. Sí teníamos muchas amistades en común y de hecho nos presentaron varias veces (nunca se recordaba de la vez anterior pero igual me regalaba esa sonrisa). Y sí fui y sigo siendo una de sus seguidoras más fieles.

Pero no, su amiga no fui. Y quizás por eso recuerdo al “Terror” más como figura mitológica que como persona. Y aún así lo extraño. El lunes me dijeron que estaba grave en una clínica y me asusté. El martes me dijeron que se había muerto y se me cayó el corazón al piso. Salí e hice lo que necesitaba hacer. Pero me pasé el día sintiéndome rara, triste. De cuando en cuando estando en el bus o caminando en la calle recordaba “Luis Días ya no está”.

Ya estoy mejor pero sigo teniendo una maroma de sentimientos encontrados. Un lado del corazoncito me quiere susurrar “bueno, hizo más en esos 57 años que lo que la mayoría de la gente hace en 100”. Otra esquinita con rabia me grita: “no, pero es que todavía no le habíamos dado el reconocimiento que se merecía tener en vida”. Otro rinconcito me dice, haciéndose dizque el racional: “no, no podía irse, todavía le faltaba mucho por dar”.

Y nada de lo que siento importa ya. No estoy en ninguno de los espacios en los que coincidí con Luis Días. No estoy en Nueva York asi que no pude ir a la vigilia organizada por sus amistades y fans. No estoy en Santo Domingo asi que no pude ir al velorio itinerante (¡no te me marees Luis!) ni a los homenajes. Y a las misas sí que no iba a ir de todas formas porque no me imagino al “Terror” en misa ni en los alrededores de una iglesia… a menos, por supuesto, que hubiera un colmadón cerca.

Estoy en México. Y no me arrepiento porque me encanta este país y estoy enamorada del trabajo que estoy haciendo aquí. De hecho, la coincidencia me parece reveladora. “Carajo, en un país como México sí que le hubieran dado su valor. Sí que le habrían financiado lo que quisiera, romo y cigarrillo incluidos. Aquí sí entienden la importancia de la música y el trabajo cultural”. Pienso, doy vueltas, leo los comentarios de sus amistades y fans y de gente que me pregunta “¿pero y quién era él?” (se me vuelve a arrugar el corazoncito) y nada me hace extrañarlo menos.

Y cada vez que recuerdo que se nos fue Luis Días, el investigador cultural, “el Terror”, el innovador, el compositor de “Marola”, “Ay Ombe”, “Mi guachimán” y tantos otros éxitos, profesor y padre artístico de tantos músicos jóvenes, el genio irreverente en tantos géneros (rock, bachata, merengue, diga usted), recuerdo una de mis estrofas favoritas: “el cuerpo se dobla, ombe, pero no se rompe, ombe…” Es parte de una canción que me he cantado a mí misma muchas, muchas veces. Especialmente en los momentos difíciles, especialmente en estos últimos meses. Y claro, no me hace extrañarlo menos pero cantarla me sana un chin el corazoncito estropeado y me hace quererlo más.