Ligia Minaya
Escritora
América Latina no logra salir de la atrasada mentalidad colonial. Los dictadores se repiten y se multiplican con sus personalidades y sus egos inmedibles. Son los de meter la mano, la nariz y los pies en todo, hasta en la manera de vestir. Dice, mi amigo el historiador Frank Moya, que los gobernadores coloniales, aquellos españoles que nos gobernaron por siglos, tenían potestad para hacer leyes, meterse en la vida particular de cada uno, ser parte de la iglesia, de la Inquisición, perdonar y castigar a su mejor criterio, otorgar prebendas y manipular a diestra y siniestra y a su antojo, y parece que a pesar de los pesares seguimos por el mismo camino.
Los gobernantes actuales cambian y manipulan la Constitución a su antojo y a su mejor parecer. Todos quieren reelegirse, y para ello necesitan una Ley que los proteja. La Constitución es para ellos como un plato de comida al que cada quien le agrega condimentos a su gusto y se lo comen cómo y cuándo les da la gana. Lo peor de todo, que gran parte del pueblo los ampara y los aplaude. Naturalmente, los que están viviendo bien, porque la oposición por más que grite y patalee no consigue frenarla. Pero también, porque la oposición piensa, si este se reelige, yo también podré hacerlo en mi momento. Y ahí está el detalle, como decía Tintán. Gobernantes que se creen los elegidos por la gracia de Dios, como se creía Francisco Franco, quien gobernó a los españoles a fuego y sangre, o Trujillo que lo hizo con nosotros, se convirtieron en asesinos y ladrones. ¿Eso se quiere?
Para su protección y soporte están los tumba-polvos, los que por conservar sus puestos, sus privilegios, no les importa lo que pase. Si eso es democracia, que venga Dios y lo vea. Así no se puede vivir. Lo peor es que en esos procesos campea la corrupción, se envalentona la impunidad y crece la riqueza sucia como la yerba mala y para ñapa los recursos del Estado se utilizan, se violan las leyes con tanta frecuencia que se llega de un tirón a la Dictadura. Y cuando ya no hay vuelta atrás el pueblo pide mano dura, sin darse cuenta que la mano dura es la mano de un tirano que aprieta, que hace redadas, apresa a inocentes, se da privilegios a delincuentes, suaviza los crímenes y matar se transforma en un gusto.
En América Latina se sigue creyendo que los Presidentes deben y pueden resolverlo todo, desde el parto de un niño hasta un problema sentimental, y ahí está el detalle. Si los pueblos seguimos viendo para otro lado y para eso permitimos el cambio antojadizo de la Constitución, que San Ramón nos saque con bien y a la Magdalena que nos guíe. Después no nos quejemos. Para colmo, los dominicanos hemos seguido ese camino, Hipólito reformó la Constitución para reelegirse y le salió el tiro por la culata. Veremos ahora qué pasa. Usted, que me lee, sólo dé una mirada a su alrededor y verá que no le miento. ¿Eso queremos? ¿Es tan difícil dejar el Poder? Parece que sí. ¡Ah, esos palacios presidenciales que hacen crecer esos egos!
Denver, Colorado
Cuando ya no hay vuelta atrás, el pueblo pide mano dura, sin darse cuenta que la mano dura es la mano de un tirano.