Wednesday, December 16, 2009

Las Almas Perdidas de Somalia.-

Alan Delmonte Bertrán

Los somalíes huyen hacia Yemen, donde son refugiados.

Hay quince hombres que te quieren matar. En tu vientre se refleja el terror del incomprensible y siniestro sentimiento que genera el odio en su más pura esencia. Se acercan rápido hacia ti y ya casi llegan a tu única pertenencia: tu pequeña choza en medio del desierto. Los ojos de los verdugos irradian la rabia de mil años de impiedad. Sus puños aprietan los machetes como sogas que despiadadamente aprietan el cuello de un fusilado.

Sales corriendo aterrorizada. El destino no importa. Lo único que te incumbe es sobrevivir. Tus pies callosos sangran mientras chocan violentamente contra el suelo rocoso del desolado paisaje que vela tu desgracia. Te cae la noche. Te acompaña el único hijo al que pudiste salvar. Mientras le lloras a la noche tu dolor, sólo piensas en tu familia que quedó atrás. No puedes creer lo que te está pasando.

Mientras te duermes debajo de una palma, le ruegas a Allah que todo sea un sueño. Ya han pasado seis meses; los más difíciles de toda tu vida. Ya has vendido tu cuerpo para poder subsistir, pero el hambre ya comienza a dejar sus huellas sobre ti: tu organismo ya ha perdido la mitad de su peso.

Cuando te miras en el reflejo del mar, que arropa el pequeño poblado de pescadores adonde encontraste un poquito de paz, no eres capaz de reconocerte. Eres sólo el crepúsculo de una felicidad que falleció por circunstancias que todavía no eres capaz de comprender.

Un día como cualquier otro, Allah pareció escuchar tus plegarias: el hermano de tu padre aparece en el poblado, prometiendo llevarte a Yemen. Te dice que allí son musulmanes y que seguro les tendrán compasión a sus hermanos somalíes. Te encuentras ahora en un bote cruzando el Mar Rojo. Luego de tres días en el mar, el capitán te ordena que te lances al mar, ya que llegar a la costa es muy peligroso. Aunque más de un kilómetro separa el bote de la costa, te lanzas sabiendo que muchos perderán su vida, y le das gracias a Dios por haber aprendido a nadar en tu niñez.

Luego de casi media hora en los que fuiste incapaz de llegar a la costa, ya que tu hijo no te dejaba avanzar, un bote salvavidas de la Naciones Unidas viene por ti. Ahora vives en una casa de campaña, en el campo de refugiados más grande de Yemen: Kharaz.

Como un gemido en la oscuridad, Kharaz es un brote de ansiedad que emana como un volcán de las entrañas de una nación destrozada. Un purgatorio en la tierra, hecho de las ilusiones y los sueños de miles de almas en busca de paz.

Te acompañan alrededor de doce mil refugiados, todos con historias como la tuya. Sobrevivientes del odio, del desierto, del mar, del sol, y de la luna. Hombres y mujeres que han hecho de la esperanza su único refugio. Monumentos al espíritu humano, que incansablemente enfrentan cada día con la frente en alta y con la ilusión de un mañana mejor.

Visitando el Purgatorio


Llegar allí no fue tarea fácil. Con una escolta militar guiando la procesión de vehículos, atravesamos el desierto con las esperanzas de que no fuéramos interceptados por ninguna tribu furiosa.

Aunque nunca le han hecho daño a nadie, las tribus yemenitas aledañas a Kharaz de vez en cuando interceptan los vehículos para negociar con el gobierno. Tuvimos suerte. Llegamos sanos y salvos.

Kharaz se levanta en medio de aquel inhóspito paisaje simbólicamente expresando la fortaleza de sus habitantes. Algunos llevan años allí, a la espera de que alguna nación se apiade de ellos. Otros acaban de llegar. Sus miradas cansadas reflejan los interminables días en que arriesgaron sus vidas caminando en el desierto, navegando las traicioneras aguas del Mar Rojo, y superando el hambre, la sed, y el calor.

La frágil raíz que une al ser humano a su tierra natal aquí se ha evaporado entre el humo que han dejado atrás las granadas, los lanza cohetes, y las balas a los que la mayoría han sido expuestos. Algunos llevan pedazos de metal dentro de sí. "Tócame el pecho Alan", me susurra Abdulbakir, un refugiado que tiene años a la deriva en Kharaz. "Siente la bala que tengo incrustada al lado de mi corazón". Mientras me toma la mano y me la pone sobre la dureza metálica que adorna su coraje, me confiesa que toda su familia fue asesinada. "Me dejaron por muerto. Cuando me levanté, vi todos los cuerpos, incluyendo el de mis hijas".

Kharaz es un cementerio de trágicas historias, que como la de Abdulbakir yacen enterradas en las pesadillas de sus habitantes, que de vez en cuando vomitan sus historias de terror para compartir su dolor con el mundo.

El pueblo somalí tiene 19 años sin gobierno. Su gente ha perdido la esperanza. La única solución para la gran mayoría es arriesgarlo todo y viajar al país árabe más pobre, Yemen, el único que le permite entrar legalmente. En Somalia, la guerra reina las calles de la capital y aterroriza la vida pacífica de las zonas rurales.

Aunque varios países han nacionalizado y tomado consigo grandes grupos de somalíes, nadie se ha atrevido a meterse en aquella tierra. La nación más poderosa del mundo una vez lo intentó, y diecisiete militares fueron acribillados en las calles de Mogadishu. Luego de este incidente, decidieron dejarle la pesadilla a los oriundos.

Mientras tanto, nueve millones de almas siguen a la deriva. "¿Cuando se acabará la pesadilla?" Me pregunto, mientras las carpas de Kharaz me dan el último adiós. Mientras nos alejamos del campamento, sólo me acuerdo de una frase que se me quedó incrustada como la bala de Abdulbakir, en medio del corazón: "Sólo nosotros podemos terminar esta locura. El único problema es que ya no sé quiénes somos".

En Somalia, la guerra reina las calles de la capital y aterroriza la vida pacífica de las zonas rurales.


Alan Delmonte Bertrán reside y trabaja en Yemen. En su tiempo libre, disfruta comunicándole a sus compatriotas las historias y anécdotas que vive en este pintoresco país. Para más información, pueden visitar su blog en la siguiente dirección: www.desdeyemen.blogspot.com.