Corredor de pistas largas, “el hippie” para la gente de Maimón y Bonao, élmismo llamándose “Terror” desde 1974, por los mosquitos-monstruos picándole a todo dar y por el terror peor del balaguerato –ahora borrado del panorama por la amnesia del buen dominicano de principios de siglo XXI-, porque se mataba y torturaba y se ocultaba. Luis se quitó la z del apellido.
Luis ha sido demasiada conciencia, muchas manos agarrándonos del cuello paraseñalarnos lo negro, lo pobre, lo digno, lo trabajador, lo dolido, lo molido, lo rabioso, lo tierno, lo vital que somos, lo verdadero y honestos que podemos –y tenemos- que ser.
Vida más que intensa la suya: A los 18 años estudios de sicología en la UASD, correderas entre el Cibao y la Capital. Traía su guitarra, sus tennis desastrosos, una curiosidad casi enfermiza.
Ya había oído lo suficiente a los Beatles y “esta navidad va a ser candela”. Las noches de aquel Santo Domingo antes de 1978 olían a sangre. Entre aquel campo del que venía y la ciudad que nunca más lo dejó, se tendió un puente: el grupo Convite, creación del sociólogo Dagoberto Tejada, cuya misión era recuperar la música popular, lo negro que éramos y que había sido como raspado de aquella propuesta trujilloneana de buena dominicanidad.
Gracias a Convite –y al antropólogo Fradique Lizardo de lejitos, en la teoría-, se rescataron ritmos, creencias, letras, dejándose fluir esa sangre contenida en nuestros cuerpos y que nunca antes se nos había hecho
consciente: congos, guloyas, baquiníes, prí-prí, todo se puso en el tapete. Para Luis Días la experiencia duró cerca de cuatro años. El anuncio en 1977 de que abandonaba Convite fue una hecatombe. Aunque no dejó de tocar en aquella recta final de los 70 con Ana Marina Guzmán y Miguel Mañaná, formó la primera experiencia dominicana de música moderna: Madora. Cuquito Moré al bajo, Wellington Valenzuela en la percusión, Luis Ruiz en la flauta y en el
saxo: aquello fue como un salto en paracaídas desde el pico Duarte. 1977 fue un año clave. En los conciertos conservados en casetes oigo el concierto de los tres “luises” –Días, Luis Tomás Oviedo y Juan Luis Guerra-. “Mamá Tingo” es un canto a la rebeldía campesina. “María Guabá” recupera la dignidad de la mujer. Con “Candelo” acentuamos la africanidad. El Luis de entonces era heroico, volcado a esas tradiciones de lucha y rebeldía, en aquella pólvora aún caliente de abril de 1965.
Hacia 1980 comienza una nueva experiencia, definitiva: Días llega a Nueva York. Rayazos de Basquiat, camisetas rosas de Sex Pistols, los vagones del metro deslizándose entre estridencias hacia los huesos más solitarios, el punk contrariando los encajes de la Factoría Warhol, el aprendizaje de un inglés que tira a Poe y a Whitman, en todo se implica el estudiante, el músico, el compositor, el ya Luis Terror Días, acompañado entonces por Laura Sklar, un ser fundamental en su vida.
Par de años después vuelve a una Isla y a un mundo revuelto por los sandinistas. Luis emprende en 1982 una gira super absurda por la misma Unión Soviética.
Luis escandaliza con sus pantalones cortos, con sus jeans casi reventando, con unos conciertos en Casa de Teatro donde a veces no habíamos más de quince personas, haciendo joyas de diseños para la publicidad,
hablándonos de la oxidez, el absurdo, lo simpático, de sus días newyorkinos que fueron como un estar subiendo y bajando por inmensos carruseles rusos mientras los niños de Botero disfrutaban sus helados, que “hoy me he despertado muy temprano / he abierto la nevera / a ver si tenía parido /arroz con habichuelas”.
De Luis esperábamos el enojo porque siempre se le rompían las cuerdas de la guitarra, porque “lo que como son batatas, son batas sancochadas”. También esperábamos deslizarnos por los barrios de la parte alta, subir por la Juana Saltitopa, pasar por la zona K. Luis denunciaba el maltrato de las mujeres
“para que una Herminia viaje a Nueva York”, ponía en boca de Sonia Silvestre una canción fundamental, “Mujer de cualquier parte”, no nos complacía nunca si le pedíamos “Muchacha de pino verde”, no nos consentía –como tampoco Miles Davis lo hacía- porque siempre había cosas nuevas, porque mejor no regodearse en el coro, lo relamido.
Surgió entonces la experiencia fundamental del ya Terror, el grupo mítico del rock dominicano: Transporte Urbano, con Juan Francisco en la guitarra, Héctor Santana en el bajo –luego sustituido por Peter Nova, porque Papito pasó al Evangelio-, Duluc y Guy Frómeta en la percusión, Bruno Ramson en el saxo. Con “Vickiana”, “La bomba”, “El carrito gris”, “Anaísa”, “Tangamana”, se estaban subrayando los más densos extremos de la extra-modernidad dominicana: el ícono lascivo de “que tiene entre sus piernas un bombillito donde van los presos a lamer frigoríficos”;la cultura de violencia y carnaval en la vida cotidiana, el circo de los políticos sirviéndose a dentelladas a costa del sufrimiento y el sudor, “allá por Salvadorlandia anda una criminala”, los extremos de aquellos años ochenta, entre un violento PRD –no olvidar abril del 1984- y un Balaguer no pudiéndose limpiar la sangre y sin embargo, “vuelve y vuelve” para aquellos plácidos diez años finales de su mandato y “Balaguer for-ever”.
Músico, poeta, intérprete, ¿qué más pedir? A Luis puede leérsele en “Tránsito entre Guácaras” (1987), un poemario sobre mitos taínos, que le permitió en parte mantenerse en ese año durísimo, porque sí, porque Luis
entonces tuvo que vender su libro mano a mano para poder sobrevivir, porque a Luis muchísimas veces le cerraban las puertas por ser como él era: auténtico, honesto, consecuente consigo mismo.
Como Dylan, Morrison o Waits, Luis Días ha logrado darle suficiente fuerza a sus textos como para poder despegarlos de la guitarra. Estamos frente a un gran poeta, tal vez el más consciente del dolor en su generación. En sus versos, una imagen clave: el estarse yendo.
El verbo “ir” o el “irse” es lomás frecuente en la poética terrorífica-diurna. Todo mundo está viajando. Luis es el gran cartógrafo del “irse”, como si fuese una trágica condición de nuestra modernidad. Una vez develó uno de sus secretos: sus imágenes eran flashes, recortes que iba sobreponiendo. Su mejor ejemplo, “Mi guachimán”.
Antropólogo, cuentista, defensor de la mujer, ¿falta algo? Poner cualquier casete o disco o cd de Luis es viajar por una inmensidad de universos: Aquí la dureza de la calle Barahona, allí lo moteles quemándose en el 9, por allá la epifanía del placer. Muchos han sido los beneficiados de estos grifos abiertos por Luis Días. ¿Sería posible la obra de Raúl Recio y de Juan Luis Guerra sin la pavimentación previa de Luis Días? No sé. Lo dudo. Traer la bachata de la parte alta, revelar las zonas esquizas de la dominicanidad oficial, remachar a estos “negros pintados de blancos”, hacer de los guloyas seres nacionales, revelar lo variopinto que somos –y no sólo lo tricolor de la bandera-, todo ha sido obra de Luis Días, el Terror, el autor de “Las pausas del silencio”, el indomable, el que se burlaba de todo, haciéndonos reír, vivir, sí, vivir, y ahora el Luis, ido, pero no para siempre.